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Nathalie solía visitar ese bar cada tarde después de salir de su trabajo, lo usaba como un momento para ella, dejaba salir sus frustraciones y los malos momentos que vivía por culpa de su jefe.

La vida es muy cruel, ella tenía un buen título universitario. . .de una carrera con alta demanda asique había muy pocos puestos de trabajo, eso la obligó a tomar la primera oportunidad que se le presento.

Ser la asistente de un empresario dedicado a la distribución de alimentos en supermercados no es nada genial, la paga era terrible, pero mejor que vivir en la calle, se la pasaba todo el día sirviendo café, alcanzandoselo a los demás trabajadores y escuchando comentarios subidos de tono por ser la única mujer bella en todo el edificio.

Estaba harta, pero su currículum parecía estar maldito y de todos los lugares en donde lo dejo, nadie, absolutamente nadie la había llamado, ¿acaso ella aspiraba mucho o simplemente tenía mala suerte?, nunca iba a saberlo.

─Sirveme un whisky.

Pidió de mala manera al bartender, el joven de apenas unos diecinueve años se giro, la miro atemorizado y empezó a preparar la bebida, incluso ese joven tenía más suerte que ella a sus treinta y dos años, el bar era muy bueno y se rumoreaba que pagaban muy bien, si tan solo ella fuera más joven, podría calificar como camarera y atender las mesas, con tal de escapar de su actual trabajó, no tendría problema en ser manoseada por los asquerosos clientes que a pesar de la buena vibra del lugar, eran admitidos para consumir ahí con sus tan deplorables actitudes.

El chico depósito el vaso con dos hielos, ella lo tomo y dio un delicado sorbo sintiendo como el alcohol bajaba por su garganta y hasta parecía quemarla.

─Estoy pensando a creer que los hombres tienen mejores oportunidades.

Se quejo, pensando que como todos ahí, sería tomada como una alcohólica y nadie prestaría atención a lo que decía, pero, como dije el destino es cruel y parece tener planeado todo lo contrario a los deseos de nuestra querida franca.

─No es así, cualquier mujer podría hacer cien veces mejor el trabajo de un hombre. . .pero aquí estamos, el problema no es el género, es la corrupción del sistema, el clientelismo y la casta de poder que solo admite amigos de conocidos o hijos de.

Al lado de Nathalie estaba sentado un hombre, bastante alto, pantalones rojos, saco blanco prolijo, pelo teñido de platin y un perfume que hechizaba a cualquiera que lo oliera.

─¿Que es lo que sabes tu de esfuerzo o castas?─ cuestiono viéndolo, este se gira y la mira, ambos intercambian miradas

─Se mucho, porque vivo en un círculo social que depende de eso.

El corazón de Nathalie empezó a latir fuertemente, ahí estaba frente a ella Gabriel Agreste, quien alguna vez fue su compañero de banco en la escuela, su vecino y enamorado, los años pasaron y se podía decir que el estaba exactamente igual, lo único que faltaba era su hermosa sonrisa que derretía hasta la mujer más fría que podía existir.

─¿Que pasa señorita, la dejé sin palabras?.

Hablo el jalando a Nathalie fuera de sus recuerdos y trayendola de golpe a la realidad, está parpadeo dos veces y luego desvío la mirada, sonriendo con dulzura.

─Por favor botones, no me dejarías sin palabras ni en un millón de años.

Replicó molesta y terminándose el contenido de su vaso de un solo sorbo, el hombre parpadeo dos veces y la inspeccióno, la mujer vuelve a mirarlo y el nota el único detalle que sumado a ese sobre nombre le podían dar la identidad de la contraria, ese hermoso y rebelde mechón teñido de color rojo que nació producto de una apuesta inocente entre dos buenos amigos.

Miraculous: 30 Year'sDonde viven las historias. Descúbrelo ahora