Marine, por primera vez, estaba castigada. Su hermana le dio un castigo por volver a escapar, y advirtió que la próxima vez la acusaría con sus padres (aunque era una mentira, ella jamás haría eso, pero debía hacer que su hermana entre en razón.)
Ahora, la pequeña pelirroja, estaba releyendo un libro de historia para su regreso a clases en casa. Sus padres le obligaban a leer mínimo tres veces el material de clase antes de comenzarla, y ella no se oponía.
La hermana mayor estaba a su lado, para vigilar que no vuelva a escapar. Madison se sentía frustrada por el comportamiento de su hermanita, aunque la entendía, ya que ella pasó esa edad con su hermano, y eran hasta peores, pero ella no quería que su hermana pase los mismos castigos que los gemelos pasaban.
El teléfono de la menor sonó, y ella solo lo miró antes de voltear la mirada a su hermana.
—Nada de teléfono, estás castigada.—Repitió la mayor, con la vista en su libro de italiano.
—Solo es un segundo. Por favor.—Hizo puchero, sabiendo que su hermana caía ante ese encanto.
La mayor la miró y suspiró, para después asentir con la cabeza.
—Unos minutos.—Dijo antes de volver a mirar su libro.
Marine dejó su libro en el sofá y tomó su teléfono. Frunció el ceño al ver un número desconocido.
Desconocido: Hey, Mary, soy Quil.
Marine: ¿Quil?. ¿Marlene te dio mi número?.
Sonrió levemente. Y agregó el contacto como "Quil Ateara".
Quil Ateara: De hecho se lo robé.
La chica reprimió una risita. Su hermana la miró.
Quil Ateara: Te escribía para decirte que, en Port Angeles, hay una exposición de arte. ¿Quieres ir conmigo?.
La chica suspiró y miró a su hermana.
—¿Quién te escribió?.—Preguntó Madison.
—Te contaré, pero promete no decir nada.—Dijo la chica, mirando a su hermana.
—Está bien.—Aceptó.
—Me hice un amigo.—Murmuró sonrojada.—Él me acabo de invitar a una exposición de arte en Port Angeles.
—No.—Dijo la mayor, negando con la cabeza.
—Ni siquiera llegué a preguntarte.—Se quejó Marine.
