Capítulo 14: Primero de último.

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Marine jamás pensó que algo como lo que estaba pasando, iba a llegar. Nunca recibió un regaño, nunca recibió un golpe, ella era tratada como una muñeca de porcelana.

Ahora era distinto. Su padre le había golpeado, uno tras otro, llenando su cuerpo pequeño y pálido de colores morados y negros, incluso rojos. Descubrió un secreto, uno que jamás se le cruzó por la cabeza, y eso fue lo que, además de la paliza, la marcó más.

Ahora mismo estaba encerrada en su cuarto, agonizando de dolor. Su cuerpo quemaba, dolía como mil infiernos. Llevaba una hora así. Le quitaron su teléfono, y todo tipo de comunicación. La dejaron a su suerte con un vaso de agua y un mísero sándwich para pasar el tiempo que pasé allí. Jamás creyó en la maldad, pero ahora que la veía, se sentía idiota por no haberla visto antes.

Y la razón de no haberla visto fue que siempre estuvo metida en una caja de cristal, custodiada por toda su familia, algunos más que otros, claro está.

No tenía otro sentimiento que no sea odio, y tristeza. Ella solo podía pensar en su hermana, que estaba en su misma condición en el cuarto de a lado, y en Quil. Sentía desesperación por no poder comunicarse, por no contarle, por no oír su voz. Y aún más, por no despedirse. Pues, oyó que sus padres hacían planes para viajar a San Diego en cuanto terminen de cerrar un trato. Sabía que sería en poco tiempo, y que ella no llegaría a abrazarlo.

Se hundía poco a poco en una depresión, en un dolor inimaginable para alguien que jamás pasó una tristeza tan grande. Cerraba sus ojos, llenos de lágrimas saladas, imaginando un futuro feliz con su hermana y Quil, caminando en la costa de la playa la Push, con sonrisas y juntos.

Recordaba el cuento de su hermano, el que siempre le contaba cada vez que lo veía lastimado. De pequeña le creía que solo eran golpes que se hacía al practicar los deportes que hacía, pero ahora, en estos momentos, sabía que no eran esos los causantes de sus hematomas.

El cuento de rapunzel, el de la joven que vivía en una torre muy, muy alta, encerrada, solo con su madre. La princesa sin saber que toda su vida, había sido una mentira, vivía muy feliz, hasta que se rebeló, y aún con todos los problemas que se presentaron en ese entonces, supo arreglárselas y al final, fue feliz.

Lloró al recordar, al pensar cuanta similitud tenía con aquel cuento infantil.

Maison. El recordar todos sus momentos juntos con Madison, eran algo aún más desgarrador. El pensar que podría ser todo diferente si él siguiera vivo, con ellas. Se desesperó, sentía angustia, quería gritar, romper todo a su alrededor, pero no tenía la fuerza, no tenía la voz, para hacerlo.

Solo podía pensar, su mente era la única que no estaba en silencio como todo su ser y lugar. El último pensamiento antes de dormirse del cansancio, fue él.

La imagen de Quil y ella en el bosque, besándose, con cariño, con amor. Ese amor ciego que era todo lo que la mantenía cuerda, que la tenía despierta. Cerró los ojos, con dolor, y antes de dormirse totalmente, lo llamó en un susurro:

Quil.

Sintió que todo estaba perdido. Solo lo quería a él frente a ella, abrazandola, cuidandola, como él había prometido.

Al otro lado del bosque, un joven agonizaba sin saber porque lo hacía

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Al otro lado del bosque, un joven agonizaba sin saber porque lo hacía. Sentía un dolor inexplicable, desesperante. Sabía que algo no andaba bien.

—Quil, ¿Qué pasa?.—Preguntó Marlene, tomando al chico de la mano.

Él no sabía decir con palabras que pasaba, solo sentía que ella estaba en peligro.

—Marine.—Susurró con dolor.

Sam, quien estaba a un lado de él, se acercó y tomó al muchacho por los hombros, llamando su atención.

—¿Marine, qué?.—Preguntó el Alfa, preocupado por el estado del joven.

Él solo atinó a tocarse el pecho, y comenzó a llorar, dando gemidos de dolor muy desgarradores.

—Sam, algo le está pasando a esa chica en su casa.—Interpretó Paul, inquieto.

—Debemos hacer algo.—Demandó Leah, levantándose de su lugar y mirando al Alfa con el ceño fruncido.

Quil solo lloraba, sin entender que pasaba, abrazado a Marlene. La mujer se sentía triste por ver al lobo convertirse en una persona diminuta por su dolor.

—Sam, deben hacer algo.—Dijo Kim, mirando a Quil con empatía.—Esa familia está loca, vaya uno a saber que le hicieron.

—Debemos sacarla de ahí.—Dijo Embry, preocupado por su amigo y su impronta.—Ella es una de nosotros, nuestra familia, y no nos abandonamos en los peores momentos.

—Su hermana también será una de nosotros.—Dijo Marlene, abrazada aún a Quil.—No puedo, ni quiero, imaginar lo que han sufrido con esos desquiciados.

Sam miró a su beta y se agachó para quedar a su altura, una vez que su impronta lo dejó de abrazar. Lo miro a los ojos y asintió levemente.

—Las sacaremos de allí, Quil.—Aseguró.—Y nada malo les pasará, iremos a cuidarlas.—El beta asintió tímidamente.—Asignare guardias, para cuidar a las Improntas, a las hermana Jones y a la tribu.—Se levantó y miró a todos.—Por nuestro hermano, y por todos nosotros.

Todos aullaron y se acercaron a Quil para abrazarlo o decirle algo, pero todos estaban de acuerdo en una cosa. Cuidar a su manada y a todos, y cada uno, de sus integrantes. Tanto nuevos, viejos o los que vendrán, pero los cuidarán, con su propia vida.

La manada corrió al bosque, sin Quil, el joven quedó al cuidado de su madre lobuna y las Improntas. Todas estaban muy angustiadas por las chicas y por él. Marlene se sentía ahogada, adolorida.

Y todo tenía una razón. Ser la madre lobuna, significa tener una unión con los lobos, tan fuerte que la imprimación era la segunda unión más fuerte e importante. Por ello, Marlene sentía el dolor de los lobos, su angustia, por ello se sentía mal cuando ellos peleaban. Su unión era fuerte, y ella era la segunda madre lobuna que la tribu presenciaba. Por eso mismo, Quil, siempre pensó que Marlene West era alguien especial desde que la vio por primera vez.

Innocent |4| Q.AWhere stories live. Discover now