Treinta.

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Había vuelto a salir, regando su opacado jardín, tirando agua sobre las tumbas de sus mascotas. Ya habían pasado algunos días, pero tenía que darle una importancia mínima a aquella persona.

Probablemente más tarde iría a ese burdel, y tomaría ese wiski.

En sus botas negras salpicaban gotas cristalinas.

Había conseguido una nueva víctima distinta a la anterior. Y lo haría, lo asesinaría, lo haría dentro de tres días.

La larga manguera negra se deslizaba como serpiente entre el césped.

Sus labios se fruncieron mientras trataba de no morder sus labios.

Sabían que lo estarían vigilando, incluso en este momento.

Lavó sus manos con el agua fresca que salía de las mangueras, dejándola en la tierra seca del lado izquierdo.

Entró agarrando sus llaves de su motocicleta y salió directo hacia el mercado negro donde su tío se encontraba.

Sus pensamientos no rotaban como lo hacía mucho antes, y sus sueños iban y venían como nunca lo habían hecho. Eso lo traía mal.

No había sabido nada del rubio, y lo agradecía.

Había maldecido por completo cuando encontraba la comida de sus perros en sus respectivos platos—cuando él no la había puesto—

Había tenido un arduo trabajo tratando de ignorar y tolerar a esa persona que lo estaba enfermando de ira—y miedo— pero lo seguía haciendo.

Los días estaban pasando demasiado lento para el asesino quien solo quería enfrentarse con la persona que lo estaba poniendo mal—en un significado muy complejo—

En el puesto de su tío se encontraba este mismo, riendo fuertemente con otro señor barbudo. Sus risas retumbaban se podían escuchar desde que entrar al negro lugar.

Sus pasos fueron relajados, tranquilos. Esperando la ida de ese tal señor. Sus colegas lo saludaban con un alzar de mano y un movimiento de cabeza. Y él también hacia lo mismo.

Su teléfono vibro, pero por ningún motivo lo sacó de sus pantalones.

Sus manos escondidas en el saco negro que llevaba, había agarrado la mala costumbre de jugar con sus dedos, cuando él de verdad no quería.

Saludo lentamente al señor que se encontraba en su puesto de venta y compra. Y se sentó.

Sacó su celular comprobando que tenía un mensaje.

Y era del rubio.

Maldijo por lo bajo, le había prohibido cualquier comunicación con él. Aunque no podía negar que ya había pasado un largo tiempo desde que él no ve su carita.

Abrió en mensaje que no era un mensaje.

Era una fotografía.

Hoy te extraño como un loco...

Decía la fotografía capturando el rostro iluminado por la luz solar del rubio.

No supo cuánto tiempo se quedó mirando la fotografía, sus ojos azules se resaltaban en lo más brilloso, y ese mohín adorable con el pircing de lado. Implemente hacía que ese mensaje valiera la pena.

Sus ojos se encontraban cansados, pero lo que más le importaba al concertado asesino, era la intención, la importancia. Que el rubio había tenido al tomarse esa foto para luego mandársela.

Quería imprimir esa fotografía en una mucho más grande y colgarla en la sala de su casa. Nadie podía negar cuan hermosa se convertía esa fotografía solo porque el rubio salía en esta.

The Killer [Muke Clemmings]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora