Epílogo I

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Al llegar a su casa, tuvo la idea de ir a sacar un poco de dinero que tenía en su casa de campo y se fue hacia esta.

No tuvo tiempo suficiente de arrancar su carro después, porque la policía lo estaba rodeando.

El miedo y desesperación que sintió cuando todo el escuadrón de policía lo apuntaba fijamente, habían personas dentro de su casa, dentro de su sótano. Revisando sus cosas, revisando sus navajas.

Ni si quiera se sentía arrepentido, ni mucho menos culpable. Su mente no dejaba de pensar que era la mejor cosa que le había pasado. Pero eso no le sirvió para escapar de esta.

Su cabeza siempre estuvo abajo mientras tenía puesto las esposas y salía por televisión nacional.

El caso Clifford había ocasionado un caos en todo el mundo por las 73 personas que llegó a asesinar, y nunca se supo. No podía negar que se sintió orgulloso.

Su caso no era necesario investigarlo, las navajas, el libro de asesinatos, la mesa de tortura, todo era una evidencia muy grande. Y el asesino nunca dijo un sí o un no. No se necesitaba abogado para tapar lo que él era.

Así que su condena llegó.

Había sido una injusticia para el mundo entero también que le dieran solo diez míseros años de prisión al frío criminal. Pero había sido una un descuento de años.

En realidad él tenía 3 cadenas perpetuas, pero al reducir los años de las personas que él asesinó, se había reducido a diez años.

No era poco ni tampoco demasiado, además el tiempo se le pasaba pensando en su rubio.

Se sentía jodidamente triste y solo en esos cuarteles donde ni siquiera dormía en una cama, cuando pensaba en su lindo rubio. Había llorado solo los primeros tres días. Lo extrañaba.

No tenía comunicación con él, no tenía ni siquiera una foto. Solo tenía recuerdos—que de no tenerlos, estaba seguro que moriría. Su vida no continuaría de la misma manera si no sabía nada del lindo niñito que junto con él tiene su corazón.

Lo habían golpeado, maltratado, insultado y los policías no hacían nada al respeto. Nunca los golpeó de vuelta, ni tampoco se hizo ver como un vulnerable.

Dejaba su cara en alto y los nuevos le tenían miedo.

Su expresión seria y fría, había disminuido cualquier conversación que alguna vez tuvo en ese lugar.

Sus días en ese lugar recién estaban empezando, y estaba seguro de que talvez no acabarían. Pero nunca perdería la esperanza de volver a ver al rubio.

Nunca nadie lo visitaba, ni tampoco esperaba que lo hicieran. Pensaba en su tío, en su rubio y en los días en los que no fue a visitar a sus padres. No se molestaba en pensar en ese hombre que llegó a malograr su vida.

Los ojos, las lágrimas y los susurros entrecortados del rubio, aún estaban frescos en su cabeza y les dolía, le dolía en el corazón. No debía haberse arriesgado a que esa bala cayera en él.

El balazo lo hubiera matado si hubiera caído en su cabeza, y no le hubiera importado si el rubio quedaba vivo. Sus días aquí hubieran desaparecido y todo el dolor que él tenía por no poder amar correctamente al rubio, también se irían con ese.

La comida que le daban a veces tenía orégano o alguna otra cosa que él era alérgico. Y la mayoría de veces él no comía.

A veces salía al patio donde el sol caía un poco y hacía ejercicio.

Y a veces—o talvez todo el tiempo—extrañaba a su rubio.

La idea a haberlo dejado tirado en el piso era algo que lo atormentada cada noche que pasaba lenta y larga.

Era un completo infierno estar ahí, era ruidoso y extremadamente desaseado para él.

No veía la hora de poder salir, y tal vez volver a ver al rubio, y ojalá darle un beso en la mejilla—o en su nariz—y decirle que lo había extrañado.

Él nunca olvidaría al niño de cabello dorado y de ojos azules que logro hacer algo muy grave en él. Y estaba seguro que él rubio tampoco lo haría.

El rubio lo esperaría, él lo sabía. Y cada vez que lo recordaba, sonreía y cerraba sus ojos recordando lo linda que era su sonrisa y las largas que eran sus carcajadas.

Sus noches se acortaban tirado en un pedazo de cartón húmedo cuando los momento ya pasados se repetían una y otra y talvez otra más en su cabeza.

Los días se hacían largos, cuando los castigaban y no los dejaban salir de la celda por un mal comportamiento de alguien de su pabellón. Pero a él no, porque el rubio ahí estaba.

Iba a salir de ahí, lo haría dentro de mucho, pero lo haría. Y hasta entonces trataba de superar y arreglar otro corazón roto. Al parecer era fácil romperle el corazón al asesino. Pero él nunca más volvería a dejar que eso sucediera otra vez.

Sus brazos dolían, lo habían mandado a limpiar el pabellón C y no había sido fácil cuando otros hombres volvían a escupir en el piso ya limpio.

Extrañaba escuchar música, extrañaba ver sus películas ochenteras en su televisión noventero. Solo esperaba que no hubieran tocado sus discos, porque aún tenía esperanza de enseñarle unos discos a su rubio.

No sentía sus piernas mientras se sentó en largo pasillo donde solo tenían dos horas para ver televisión. Veían reportajes y uno que otro noticiero. Solo cruzaba sus dedos para que no saliera nada del rubio ahí.

El rubio estaba bien, él lo sentía. Así que no tenía por qué preocuparse. Ni hacerle caso a otro.

Así que solo le quedaba esperar, porque diez años no era mucho para una persona que solo quería volver a querer.

Aunque bien sabía que...

El verde y el azul.

El bien y el mal.

El asesino y la víctima.

Michael y Luke.


Nunca podrán unirse. 

The Killer [Muke Clemmings]Where stories live. Discover now