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Firmes como soldados los niños se sentaron en sus asientos cuando el profesor entró por la puerta.

- Estáis todos muertos.

Los alumnos se miraron entre sí, pensando que el profesor había perdido la cabeza.

- Había un pueblo que, cada vez que una persona se moría, subían a una colina el ataud y decían cosas bonitas de él, para que su viaje al más allá fuera más ligero. Llegó un día la muerte de un hombre malo, solitario, desagradable. Cuando le subieron a la colina nadie fue capaz de decir una sola cosa buena de él, y nadie estuvo dispuesto a llevar el ataud. Aquel hombre se quedó allí arriba, y desde entonces el pueblo no volvió a reunirse.

Los niños, aún desorientados tras la primera afirmación, tenían los ojos fuera de sus orbitas.

- Vosotros teneis una ventaja, podeis despediros. Teneis toda la hora para escribir una carta diciendo lo que querais pero que empiece diciendo "Estas son las últimas palabras que escribo". Daos prisa, ya han pasado diez minutos.

Sacaron un papel y empezaron a escribir. Pasaron cinco minutos desde la intervención del profesor, y de repente un alumno empezó a llorar.

Todos se giraron, y él dejaba caer sus lágrimas sobre el papel. El profesor se acercó y le miró.

- Tenía tanto por hacer...

Y estalló a llorar, abrazándose al profesor.

De repente, un segundo niño empezó a llorar.

- Mi madre nunca sabrá que la quiero.

Otro niño se unió al llanto.

- Nunca más podré abrazar a mi abuelo.

También su compañero.

- Jamás podré volver a correr con mis amigos.

Y otro.

- Nunca llegaré a ser un buen médico.

- Nunca aprenderé a tocar el piano.

- Nunca viajaré por el mundo.

- Nunca sabrá que le quiero.

Y lloraron. Todos lloraron unos abrazados a otros, hasta el punto de temblarles el pulso intentando escribir las últimas palabras. Se acordaban de su familia, de ese buenos días que nunca más iban a escuchar, de esas disculpas que no habían dado, de que no habían vivido nada. Lloraron, y no podían parar de llorar.

- Miraos, estáis vivos. Aún podeis hacer todas esas cosas, aún podeis vivir. Así que salid ahí fuera y comeros el mundo, escribid todo lo que pensais porque os mantendrá vivos. Vivid de tal manera que al morir exista al menos una persona que diga "Esta persona valía la pena". Vivid como nunca antes lo habeis intentado.

Y los alumnos nunca más dieron un paso sin andar con la cabeza bien alta y las ideas bien claras.

Letras Que Nunca EscribíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora