- Hoy es el día -se repetía mientras se colocaba la corbata roja por el cuello de su traje nuevo.
Sonriente, con el pelo engominado y la barba bien afeitada se arreglaba y se guiñaba el ojo con orgullo.
- Hoy es el día -se repetía introduciendo la llave en la cerradura para salir a la calle.
Con zapatos nuevos, una cartera negra bajo el brazo y una rosa entre sus dedos él caminaba con paso fuerte por la avenida, saludando a todo aquel que se le cruzaba.
- Hoy es el día, hoy es el día.
Se cruzó con niños correteando junto a sus padres, disfrazados de brujas, vampiros y zombies que pedían una y otra vez a sus padres dinero para golosinas.
Dinero, dinero y más dinero. ¿Quién quería dinero? Hoy era el día, y él lo sabía.
Se desvió por el camino que bordeaba el lago hasta llegar al cementerio, y allí se arrodilló junto a una de las tumbas, dejando la carpeta y la rosa junto a la lápida.
- Hoy es el día, mamá. Hoy es el día.
Y sintió cómo si alguien le abrazara por la espalda y le susurrara palabras alentadoras al oido. "Cómo has crecido, tienes buen aspecto, enhorabuena por tu ascenso, ten cuidado con el coche, arrópate que hace frío".
La sintió tan cerca y tan real que parecía que podía rozar su piel pálida y arrugada, que podía traerla de nuevo a casa.
Y de repente, nada. Esa sensación desaparecía y él volvía a estar tan solo como siempre.
No todos los días pueden ser Halloween.