Roza la desesperación saber que vivimos en una sociedad con filtros.
Una foto ya no es una foto, sino un paso preliminar a lo que luego aplican colores y decoloraciones.
La vida deja de ser de tonos naturales para ser mezclada con centenares de retoques informáticos. Creamos una vida cuya esencia es artificial y cuyos protagonistas posan inexpresivos, en busca de la pose perfecta, con el enfoque perfecto, la foto ideal.
Y llegará el momento en que veamos las puestas de sol a través de una pantalla, y tras varios filtros de alguna aplicación la subiremos a una red social junto a un comentario al parecer eufórico de estar viviendo un momento apasionante. Cómo vivir si no lo ves con tus propios ojos. Cómo llamar vida a la necesidad de documentarla.
Ese momento ya ha llegado. Y ahora ya las gafas no resultan ni la mitad de apasionantes por la tonalidad que le daban a nuestro alrededor. Quizás ha llegado el momento de huir lejos y vivir un día sin filtros para recordar la belleza del mundo que nos rodea.
Aunque, tristemente, cómo perderse sin tener la certeza de poder cargar tu aparato electrónico.