Yace un cuerpo en la habitación.
Ya no respira.
Sus arrugas son marcas de todos los momentos que vivió años atrás,
sus ojos abiertos en la oscuridad de la habitación sonríen tímidamente
como si un recuerdo agradable le hubiera venido a la cabeza segundos antes de morir,
como si hubiera visto pasar su vida por delante y hubiera alcanzado el Nirvana.
Yace un cuerpo en la cama que jamás volverá a levantarse,
y alguien llegará a la casa
para encontrarse el cuerpo de alguien importante sin vida.
Primero le preguntará, como si siguiera escuchándole, qué hace todavía en la cama.
Luego se acercará,
tocará su piel pálida,
y zarandeará el cuerpo tratando de despertar algo que no está dormido.
Y chillará
y se lanzará directo a él como si su impulso pudiera reanimarle
y se pondrá en su espalda
y le acunará entre sus brazos
tratando de retenerle
cuando dentro de ese cuerpo
ya se han ido.
Y alguien no podrá despedirse
y alguien llorará hasta que los pulmones le duelan
y alguien dejará de creer
porque la esperanza es lo último que se pierde
y una vez se pierde, ya no queda nada en lo que tener fe.
Tratará de consolarse, repitiéndose que ha muerto sin dolor
que ha sido una muerte dulce
y el resto del mundo fingirá compartir su dolor.
Pero nadie le dará el pésame por el trozo de corazón que
acompañando al cuerpo
también ha muerto.