K.

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Kilogramos de más, kilogramos de menos, su vida se basaba en subirse a la balanza y esperar a ver aquel número que parpadeaba en la pantalla.

Bajaba y volvía a subir, incapaz de creerlo. Se negaba a creer en esas cifras rojas.

Se apretabá la tripa, se pellizcaba los muslos, se rodeaba con los dedos las muñecas. Quizás así disminuirían su tamaño.

- Gorda.

Se repetía.

- Gorda, gorda, gorda.

Salía corriendo de su casa y empezaba a correr.

- Hoy siete kilómetros más que ayer.

Notaba su masa muscular subir y bajar, como los números de la báscula cuando posaba sus pies en ella.

Corría lo más rápido que podía, llegando al punto de ahogarse, pero ella siempre seguía un poco más.

Calle arriba, calle abajo.

Volvió a casa esa noche con la camisa pegada a las costillas, el pelo mojado de sudor y las piernas temblorosas. Se miró al espejo, giró para contemplar su silueta y suspiró.

Alargó los brazos y los giró, apenas se distinguía una línea recta del contorno desdibujado.

Apretó su rostro contra el espejo, se dejó caer y suspiró.

En ese último aliento se le escapaba el alma, pero ella ya había dejado de vivir mucho antes de dejar de comer.

Letras Que Nunca EscribíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora