J.

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Jamás me había reído tanto.

Mis pulmones se inflaban intentando recuperar el aire que perdía a carcajadas y volvían a vaciarse en un nuevo arrebato de felicidad. Me dolía el estómago de tanto reír.

JAJAJAJAJAJAJAJAJAJA

Me apretaba mi burka contra mis mofletes y me secaba las lagrimillas que se escapaban de mis ojos. No hacía falta ver el rostro de los demás para saber que estábamos felices.

La risa era contagiosa, aún la recuerdo, la vuelvo a oír en mi memoria. Parece que la cabeza me vaya a explotar.

Ese día parecía que no existía nadie más, no existían los problemas ni las amenazas, no existía el mundo real.

Ahora ya no hay risas a mi alrededor, ya no existe esa sensación de éxtasis emocional que inundaba las calles. Ahora sólo nos queda huir a los refugios y callar mientras las sonoras carcajadas se visten de estruendos bombardeos que destruyen nuestro pasado.

Sólo nos queda reír de nerviosismo ante la idea de que los siguientes en morir bombardeados seamos nosotros.

Para muchos, nuestros sueños se acabaron aquella noche de octubre entre polvo y cenizas, en nuestra amada Turquía.

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