L.

221 18 8
                                    

Le gustaba decirle cosas bonitas al oido, lentamente, mientras la luna era lo único que alumbraba la habitación.

Le gustaba decirle que era su universo, y que todas las pecas y lunares que adornaban su espalda eran las estrellas más bonitas que existían.

Le gustaba decirle que ella no era guapa, que era rara, porque la gente guapa se olvida y la gente rara te cala hasta los huesos.

Le gustaba llamarla copito, porque era tan fría que a veces quemaba. Le decía que era interesante, que era un lienzo preparado para ser trazado con lineas semicurvas de mil colores.

Le gustaba llamarla por su nombre, aun sin saber qué más decirle.

Le gustaba canturrearle la melodía de una canción a piano, porque ella era delicada y tan sólo con rozarla creaba música por sí sola.

Le gustaba mirarle a los ojos y ahogarse en la olas de su mar, ser un naufrago perdido entre pestañas.

Le gustaba cogerle la mano desde un extremo de la camilla, y besarle los dedos uno a uno. Le gustaba hacerle imaginar que podía volar, planear, ser libre como las golondrinas de Béquer.

A ella le gustaba él, a él le gustaba ella. Le gustaba tanto que no sabía vivir sin su pelo desordenado y sus mofletes remarcados con colorete.

Y entonces, llega la noche, se corren las cortinas y abraza la almohada a la que cada noche le susurra canciones tristes.

Le gustaba hablarle mientras cerraba los ojos, así imaginaba que ella le abrazaba.

Letras Que Nunca EscribíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora