V.

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- ¡Victoria! -gritó un cabo al observar la retirada del enemigo.

Los soldados gritaron a todo pulmón, habían ganado la batalla y volverían a casa.

- ¡Respirad, camaradas! ¡Es el olor de la victoria!

Y respiraron profundamente. No sabían cómo olía la victoria, pero aquel olor se alejaba de todas sus expectativas.

Muerte.

Olía a muerte.

Echaron la vista atrás y observaron cómo habían perdido a un tercio de sus compañeros. Los cuerpos estaban tendidos en el suelo y envueltos en barro. Habían creado un cementerio. Uno de los cabos se acercó al soldado que tenía más cerca de su posición y le acarició la mejilla. Tendido en el suelo, con una bala en el estómago y la sangre sin parar de brotar. Reconoció a su amigo y una lágrima empezó a brotar de sus ojos.

- Hemos ganado, Sam. Volvemos a casa.

Sam explotó a llorar y abrazó a su amigo.

- Sí, Dani. Nos vamos a casa.

El soldado herido miró al cielo, y una sonrisa se dibujó en su rostro.

- Todos los días luchando en este mismo lugar y nunca nos hemos parado a mirar lo bonitas que están las estrellas.

Giró poco a poco la cabeza, y dejó que su cuerpo se rindiera a la fuerza de la gravedad.

No volvería a casa. Ni él ni muchos de los soldados que usaron su último aliento para saborear cómo sus compañeros lo habían conseguido. Habían ganado la batalla, pero habían perdido la vida.

Letras Que Nunca EscribíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora