Capítulo 11

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La oscuridad es absoluta. En la celda no se filtra ni una gota de luz. Siento que enloquezco al igual que un humano luego de ser atravesado por un pez espada. Lo mío es un poco diferente. Siento una voz en mí cabeza susurrar. Todo el tiempo, sin descansar. Me suele murmurar al oído, con tono meloso y romántico: Todo es tuyo, Kenn, todo.

Caigo en sus palabras, porque todo lo que brilla es mío y a su vez que cedo a sus deseos siento que me pierdo, que el hombre que fui se desvanece en la amargura que siento en la boca, en lo tenso de mis músculos, las ansias desesperadas de estirar los dedos y hubiera barcos. Estoy enloqueciendo, estoy despertando. A medida que cortan mi piel, que recibo los golpes, lo siento crecer en mi pecho.

Veo cosas que no son en la oscuridad. Monstruos que vienen a por mi y que brillan tanto que quiero capturarlos.

Mío. Mío. Mío.

Todo lo que brilla siempre es mío.

No sé en qué momento una luz se enciende, no se cuanto tiempo ha transcurrido desde mi encierro, no se hace cuanto que mis heridas dejaron de doler y comencé a comportarme como un salvaje, sacudiendo mis cadenas, con los brazos colgados y los pies apenas tocando el suelo.

Sangre seca cubre mis extremidades y las puntas blancas de mí cabello. Cierro los ojos, desacostumbrado a la luz, sintiendo como arden cada vez que me obligó a mirar aunque sea un poco a mi hermano mayor.

—Buenos días, Kenn —saludo y dejó el farol cerca de mi rostro. Apenas soy capaz de verlo, su figura alumbrada y las cruces de su pecho y espalda, antes negras, ahora eran completamente blancas, casi como si la tinta de calamar se hubiera terminado de desteñir.

—¿Cómo estás, hermano mayor? —susurre dejando caer la cabeza, mirándolo de reojo. Dylan camino a mi alrededor, tomó unas gruesas tijeras de una bandeja de plata que algún lacayo había dejado antes.

—Mejor que tú, Kenn, de eso seguro —se colocó en mi espalda, en un punto ciego para mi y tomo mechones de mi cabello.

Me reí, bajo y áspero, como el siseo de un lobo marino soltando una advertencia. —No, hermano, tú y yo somos iguales, estamos iguales. Solo que yo soy capaz de ver mi posición y tú eres un ciego estupido.

Un jalón de mi cabello hizo que tirará mi cabeza hacia atrás. Fue rudo y repentino, un crujido por parte de mi cuello desató un nuevo oleaje de dolor.

—¿Qué te parece si te corto el cabello, hermanito? —susurro en mi oído, permitiéndome sentir su aliento en mi oreja erizandome la piel. Mis ojos se agrandaron horrorizados. Dylan se relamió los labios, satisfecho con mi pánico—. Si, yo creo que un cambio te vendría bien.

—Dylan, mi cabello no —comencé pero él ya había comenzado a cortarlo. El sonido de las tijeras cortando me desesperan—. ¡Dylan, por favor!

Siento que enloquezco, que mi poder quiere salir y romperlo todo pero que las cadenas lo contienen, me sacudo y siento su mano envolver mi nuca.

—Quieto. O te cortaré una oreja —masculla y el último mechón de mi largo cabello cae. Las lágrimas saladas pican en mis ojos—. ¿Por qué esas lágrimas? ¿No te gusta tu nueva apariencia o te recuerda demasiado a cuando estuviste en las costas completamente solo? Dime, Kenn, ¿Qué piensas? Tu mente siempre ha sido la que más me ha fascinado.

—Pudrete —escupí tratando de controlar mi respiración.

El cabello corto era repugnante. Podía sentir los recuerdos volviendo, esa época en la que nuestro padre no me consideraba lo suficientemente maduro aún y me obligaba a rapar mi cabello y luego comerlo. No. No puedo tenerlo corto, necesito sentir la suavidad de mis puntas en la cadera cuando camino, necesito sentir su peso en mis hombros.

—Veo que no te gusto mucho. Es bueno entonces que no haya terminado aún —se colocó delante de mí, mirándome con una superioridad que me hizo verme obligado a tratar de escupir, esta vez mi saliva cayó sobre sus pies. No le importo, solo sonrió aún más—. A mis tiburones les va a gustar tu sabor. Dime, hermanito, ¿Que tan hábil es tu habilidad de regeneración?

Había dejado las tijeras a un lado y una cuchilla ardiente comenzó a deslizarse por mi espalda. Un grito desgarrador raspo mi garganta, mis cuerdas vocales parecen romperse y fue tanto lo que grite, tan fuerte que hizo temblar las paredes del calabozo.

El cuchillo iba cortando tiras de mi carne, una tras otra. La sangre caía por mi espalda y besaba mis piernas, las cuales ya no era capaz de sentir más allá de un hormigueo. Quería llorar tanto. Dolía demasiado y un olor a quemado me dio náuseas.

Mi mente daba vueltas por el dolor. Iba y volvía de la conciencia de forma seguida. Incluso creo que me había vomitado pero estaba tan mareado por la pérdida de sangre que no estaba seguro.

Dylan hablaba. Me contaba sus planes. Cada uno de ellos y la forma en la que planeaba matarlos a todos y que esto era solo el comienzo.

Sentí el ruido metálico del utensilio siendo depositado en la bandeja nuevamente y como Dylan levantaba un balde con trozos de mi. Las náuseas volvieron y estuve a nada de terminar de vaciar mi estómago ante la mirada arrogante de mi hermano mayor, alguien a quién al principio había admirado con fervor. Sostenía trozos míos con una sonrisa ladeada. Tenía el cuerpo lleno de sangre. De mi sangre.

Dejó el balde cerca de la puerta y tomó el farol, acercándose a mi rostro. Entrecierro los ojos y sus dedos ensangrentados tomaron mi barbilla para levantar mi rostro y obligarme a enfrentarlo.

—La crueldad es misericordia, Kenn, mi tortura es bondad. Cada vez que corto un poco de tu carne demuestro el amor y aprecio que tengo por ti, hermanito.

Y sin más se fue.

Estaba nuevamente en la oscuridad, a merced de la voz que me hablaba. Estaba perdiendo la cordura, estaba seguro. 

Hijos del marWhere stories live. Discover now