Capítulo 20

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Las almas de sus hermanos ya descansaban en el Austral, sus cuerpos, lo poco que su padre pudo recuperar, habían sido enterrados en su pabellón sangrado. Dormían eternamente, un sueño pacifico que calmaría sus almas y robaría cualquier dolor que en vida sintieron.

Inna se encontró con sus hijas y esposa.

Kenn brillo suavemente, recuperando su cabello y felicidad.

Dalai se reunió con su esposa, Amelia, y a su hijo por fin conoció.

Todos estaban juntos en el valle de las almas. Solo faltaba la llegada de un hermano, que pronto, pronto, pronto, se uniría a ellos en el eterno descanso.

El traidor avanzó por lo que alguna vez fue suyo. El palacio que había sido su hogar durante su gobierno. Parecía morir con su ausencia, como si su reina no fuese capaz de darle el poder que necesitaba para alimentarse.

Porque los océanos necesitaban a un descendiente del Dios del Mar para seguir siendo puros.

La bruja no lo era, causando que sus aguas fueran contaminadas, vandalizadas y violadas. Volviéndose oscuras y mortales para cualquier ser viviente.

Con pesar y la boca seca, recorrió con pereza los pasillos, conociendo a la perfección cada rincón del lugar vacío. Luego del desgaste de las fundaciones, su cuerpo era un simple recipiente vacío. El joven Dylan que había recuperado por fin su cuerpo se marchaba de nuevo al interior de este, agotado, cediendo su lugar al usurpador.

Una tristeza, en mi opinión. Porque aquel joven que había ansiado devorar el mundo y conocerlo hasta el cansancio se había rendido a lo que había sido incrustado en su pecho cuando era un simple recién nacido. Esa gota de maldad que más tarde, lo arruinaría todo y lo guiaría a sus garras.

Un plan perfectamente ejecutado y que por más que los dioses habían tratado de evitarlo, no se había logrado. Al fin y al cabo, cada historia tiene su línea y la de los hijos del mar era está, finalizando aquí. En la sala del trono donde toda la idea de la guerra comenzó.

Cuando se encontraron por fin. La pareja sabía que todo acabaría. Lo que había iniciado en la juventud de él, llegaría a su fin ese mismo día.

No fue algo grandioso, ni muy macabro. En su palacio, en medio del Índico, la bruja lo miró con lástima, decepcionada de su actuar.

Dylan solo miro fijamente su corazón en su mano, drenado hasta la última gota de vitalidad. Sus cruces blancas consumiendo su carne y ardiendo.

No hubo palabras de despedida para los amantes. Porque se habían usado constantemente y uno había perdido en el juego del otro.

Su sangre inmortal había sido profanada, su alma corrompida, su cuerpo marcado y su corazón quitado.

Solo se miraron. Ninguno habló. La bruja sentada en su trono, la corona delicadamente posada en su cabeza.

Reclinando la espalda en el respaldo del coral, apretó con fuerza el corazón palpitante en su mano.

Un jadeo escapó de los labios agrietados de Dylan, y con sus ojos fijos en los de ella, su vida terminó.

El corazón había sido atravesado por sus largas y su filosas uñas, deteniendo sus latidos. El cuerpo inerte de su esposo, caído en el suelo, solo le generó un hueco en su pecho.

¿Sí lo había amado? Claro que sí, desde el primer instante, cuando lo vio nacer en la costa. Lo había amado con fiereza y por eso se había encargado de corromperlo, con tal de tenerlo a su lado. Hasta que dejó de serle útil y sus órdenes se ignoraron, poniendo en peligro todo aquello por lo que había trabajado.

Con un suspiro tembloroso, la reina cerró los ojos y en su manos sobre su vientre dejó caer. Con precaución, acarició a la pequeña vida que crecía en su interior.

Los océanos necesitaban a un Ocean para sobrevivir y ella iba a darles uno.

Una nueva era comenzaba, bajo el mandato de una reina tirana y sus trillizos conquistadores.

El legado del dios del mar, de los hijos del mar continuará por varias generaciones más. Hasta la llegada de ella y la unión de los mestizos.

Hijos del marWhere stories live. Discover now