Capítulo 19

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Durante esa última batalla, algo que había dormido en su pecho y sus cruces despertó.

El hombre que alguna vez fue y que había amado a su familia peleó con el que la odiaba. Un enfrentamiento que lo dejó en la inconsistencia durante algunos días. El tiempo suficiente para que la bruja se terminase de hacer del poder necesario para romper sus cadenas e ir a por él.

La mujer llegó al campamento aún estacionado en el Ártico y permaneció al lado de su esposo durante su sueño. Bebiendo su sangre y quitándole poder, debilitando al hombre para que su mente solo fuera capaz de pensar en alguien. En ella.

Pero eso no sucedió, porque el Dylan que alguna vez fue luchó con ferocidad contra sí mismo, acto que arruinaría los planes de la mujer. Por esa razón cuando al fin despertó en medio de la noche, y el saber todo lo que causó, lo destrozó. Ese dolor que atravesó su pecho, lo motivó a continuar con lo pactado, recordando a su padre que miraba desde el Austral, el porqué alguna vez fue su favorito.

Sin mirar atrás, abandonó el campamento en el Ártico. Dejando a su ejército atrás. Con miradas curiosas sobre su espalda, Dylan marchó en busca de cumplir su nueva misión.

Con las almas de sus sobrinas en esos cristales, robados de las garras de su esposa mientras ella dormía, viajó hacia Krea. Ese viejo continente andante, completamente aislado del mundo, donde la magia apareció por primera vez. Una tierra secreta que los viejos dioses decidieron proteger. Dividiendo su realidad en tres capas de magia y siendo en la tercera, donde lo irreal predominaba y las ciudades fueron fundadas.

En medio del Pacífico, el continente se alzaba triunfal, sus costas protegidas por las sirenas que Kenn alguna vez había gobernado.

Cuando su superficie pisó, una calma llenó su cuerpo. Dylan avanzó, sin alejarse demasiado de las costas y un pozo comenzó a cavar con sus propias manos.

El olor salado que entraba por su nariz le trajo recuerdos de su juventud. Cuando vivía solo pero aún era él. Una parte de su propia esencia aún recordaba lo que era ser ese ser inocente y no la oscuridad que lo carcomida día tras día desde que la conoció.

Enterró los dedos en la humedad, y siguió su labor hasta que un pequeño cráter se creó. La tarea le había llevado días en los que no descansó, no comió ni durmió. Trabajo sin parar, queriendo honrar lo último que quedaba de su familia y aquella promesa perdida.

Cuando todo estuvo listo, tomó dos de los cuatro cristales y en ese lugar los enterró, de esta manera fundando la primera ciudad.

Atlias nació durante ese amanecer, con las almas de Ta'ra y Ramsar en los cimientos de la ciudad.

Años más tarde, cuando las poblaciones ya estuvieran asentadas, unas pequeñas bestias nacerían de esos cristales, las protectoras de ese lugar.

Sería una de las ciudades más importantes de Krea, una de las más hermosas y emblemáticas. Una ciudad donde los amantes mueren cuando las campanas se escuchan, anunciando la llegada de la medianoche.

De día sería hermosa e inocente como la más pequeña de las niñas y cuando la noche cayera, tiñiendos las calles de negro, esas almas saldrían a buscar consuelo ante el dolor que sintieron.

Un lugar donde pocos serían felices y todos infelices.

Terminada la primera fundación, cruzó un pequeño río que dividía el territorio costero y desembocaba en el mar, mezclando lo dulce y lo salado de ambos mundos.

Con el cuerpo cansado, Dylan repitió la misma acción. Días y días pasaron en los que sus dedos se entumecieron, casi sin sentirlos, causando que su labor se tardase más de lo estimado.

En las lejanías, en el centro de los océanos, la bruja terminaba de masacrar a todos los súbditos que no se habían inclinado ante ella cuando se proclamó la reina soberana del Ártico, Atlántico, Pacífico e Índico. Había dejado de lado a Dylan, enfurecida con su desaparición y deslealtad. Sintiendo su corazón hervir en rabia pura por su traición.

Él era suyo, tenía que estar a su lado, siguiendo sus órdenes. Pero se había marchado y con las almas de sus sobrinas consigo. De la ira, la bruja rompió el espejo donde tenía contenida a Wylla, matándola en el proceso de reventar el cristal contra el suelo.

—Cuando te encuentre, Dylan. Haré que te reúnas con tus hermanos. Te mataría ahora, amor, pero quiero verte la cara de dolor cuando tu vida acabe —susurro, con el corazón del traidor en sus manos, apretándose entre sus garras con fuerza.

Esa presión le robó el aliento, aún estando al otro lado del mundo, supo que algo estaba mal. Su tiempo se acaba y bajo la mirada de su padre, su labor concluyó.

Miro los cristales y con dolor los enterró. Los restos de su familia. Ya nada le quedaba.

Su culpa, era su culpa.

Era un traidor, un monstruo.

Eso era.

Ese anochecer, Arglenton nació. Un lugar para los traidores como él. Donde la muerte domina sus calles al caer la noche y los humanos viven completamente aterrados.

Donde las bestias que nacieron del dolor de sus sobrinas, reinan en silencio, estudiando con cuidado a los cazadores que acechan entre las sombras. Un ave capaz de mostrarte el futuro, si eres merecedor de este y un felino capaz de oler la muerte, considerado de mal augurio.

Ese era el legado de los Ocean, los restos de la familia de Inna, inmortalizados en aquello que les robó la vida. Bestias.

Con el cansancio en sus huesos, Dylan regresó al océano donde su muerte lo esperaba y su padre aguardaba.

Su destino ya estaba sellado.

Una nueva era comenzaba.

Pero ninguno de los hijos del mar viviría para verla llegar.

Hijos del marWhere stories live. Discover now