Capítulo 3

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En la oscuridad de mis aposentos muchas cosas pasan. Siento su lengua recorrer mí piel mientras con los ojos cerrados acaricio su cuero cabelludo, sus hebras rojizas enredadas entre mis dedos, rompiéndose bajo mis garras. La bruja ronronea suavemente y se acomoda en mi pecho.

Piel contra piel.

Con la oscuridad, los recuerdos llegan, perdiéndome entre ellos. En mi juventud.

Una playa. Con mi padre. Un dios de agua y sal. El dios del mar me mira con orgullo.

—Eres mi favorito, hijo mío. Hoy es un gran día, la inmortalidad recibirás, orgulloso me harás.

Veo a Inna y a Dalai de fondo, ambos con el agua cubriendo sus caderas. El pecho semidesnudo de mi hermano, pálido como su cabello, su gran figura de brazos cruzados mirándome. Fijamente. Sin emoción. Mi hermana parece más amistosa, una pequeña sonrisa tiró de sus labios, su cabello en un recogido, también blanco.

La evidencia del cambio. La evidencia de la sangre que corre por nuestras venas. Miro a nuestro padre, que me espera con los brazos abiertos.

Inmortalidad. Pero no es verdad. No es la inmortalidad de un dios, no, es solo la longevidad, una magia que nos congela en el tiempo pero no nos impide morir. Seremos eternos mientras le llevemos honor a nuestro padre. Seremos sus sirvientes. Su reemplazo. Seremos príncipes. Jamás el rey.

—Camina hacia mí, hijo mío, ven a por lo que es tuyo. Un reino te espera —el viejo dios hablaba, me miraba como si fuera el mismísimo sol que brilla sobre sus aguas. Cómo si fuera la caracola más hermosa de esta playa.

Me acerco, con el mismo entusiasmo que un león marino se acerca al mar para cazar.

Mis pies entran en el agua, enterrándose en la arena. Avanzó. Sin dudar, quiero ir junto a mi padre. Quiero ir junto a mis hermanos. Quiero vivir con ellos lo que durante dieciocho años me han privado en esta costa. Quiero una familia.

Pero cuando al fin tomó la mano de mi padre y su magia se metió en mi cuerpo. Me rompo. Es demasiado que no soy capaz de soportarlo. Grito, lloro, tratando de alejarme. Inna se acerca y me consuela.

—Es solo un momento, puedes soportarlo —susurra con un tono maternal que desconozco y me rompo aún más.

El agarre de mi padre se intensifica. Son segundos que parecen eternos. Son los últimos segundos en los que todavía tengo una familia. Cuando todo acaba. Todo se rompe. Inna se aleja. Asustada, me mira con tanto horror que empeora mi llanto. Me encorvo sobre mi, vomitando, bajando al agua que rodea mis rodillas de vómito.

Mi padre ya no está a mi lado. Limpio mi boca, recuperándome, lentamente.

—Estás mal —susurra el dios—. Esto no debía ocurrir.

—¿Qué sucedió? —esta vez es Dalai el que interviene, escuchando su voz por primera vez desde que llegó.

—¿Qué te han hecho, mi muchacho? —Asco. Con puro asco escupió esas palabras—. Eres oscuro. No eres puro como un hijo mío tiene que ser —Su mano me toma por el cuello, cortando mi corriente de aire—. Te han contaminado y tú lo permitiste.

La bruja. Recordé. La bruja que en la noche anterior me había buscado, como tantas otras noches. La bruja que me había besado y desnudado en esa playa. La que había susurrado palabras que no entendía pero que había aceptado con total entrega.

—Yo no he hecho nada —hable apenas, sin ser del todo audible. Su agarre se intensificó y fue Inna la que interrumpió.

—Padre, por favor.

—Debe morir. No puedo dejar esta cosa suelta por ahí. —deshizo el agarre en mi cuello.

—¿No era tu favorito? —escupí cuando me soltó, cayendo en el agua, enterré los dedos en la arena y respire con fuerza.

—No eres mi hijo —el filo de una lanza se acercó de forma peligrosa a mi cuello. Una amenaza—. Pero soy benévolo y te daré la oportunidad de redimirte —eran palabras pronunciadas con irá, una furia que jamás había sido dirigida hacia mi—. Reinaras el Índico y ahí te quedarás. Si descubro que abandonas el territorio, yo mismo acabaré contigo.

Sus palabras despertaron algo en mi. Algo distinto que jamás había sentido. Despertaron a la oscuridad que había estado dormida y que la bruja había desenterrado. Ese día, la maldad consumió a la bondad.

Fue el día que el Dylan dulce y que añoraba a una familia murió. Con la inmortalidad nació el Dylan que solo quería más, que envidiaba y deseaba lo que era de sus hermanos. Nació el hombre que solo deseaba matar.

Y eso horrorizó al mar, en el fondo, sabía que debía matarme, ¿Pero cómo sería un padre capaz de matar a su hijo? Él no era capaz, a pesar de sus amenazas.

Ese día el dios perdió a su hijo favorito.

Los labios de la bruja se presionaron sobre los míos, trayendome de nuevo al presente, dejando el sabor amargo de los recuerdos atrás. Sus labios se arrastraron por mi mandíbula en lo que yo guiaba mis manos a su cintura, trazando suaves círculos por su piel. Me permití la vulnerabilidad que tanto odiaba, me permití disfrutar del calor que su cuerpo me ofrecía.

—Eres mía.

—Lo soy —me beso y mordí su labio inferior, atrapandolo entre mis dientes—. Tu eres mío.

—Bruja —susurré y la devoré. Volteándola sobre el lecho, dejándola bajo mi cuerpo, volví a tomarla hasta el cansancio, sintiendo sus garras clavarse en mí espalda hasta que ambos caímos rendidos en sueños.

Fueron horas más tarde cuando la sentí removerse que volví a despertar. Que odioso era cuando se movía e interrumpía mi descanso. Me senté sobre la cama y la escuché musitar, voz dulce y melosa acercándose de nuevo, con los ojos brillantes. Toda ella brillaba como la estrella que era.

—Antes de empezar la masacre, tu alma tendrás que darme —se acomodo sobre mi cuerpo, apoyando sus manos en mis hombros. Dejando suaves besos por mi piel, mordiendo y dejando marcas, tratando de abrir mi carne.

Recibí su atención, dejándola hacer lo que quisiera. Con los ojos entrecerrados, deleitándome con su figura encima mío le dije las palabras que ella quería escuchar. —Mi alma es tuya, mi bruja, mi reina y esposa.

La tomé por el cabello, tirando de su cabeza hacia atrás, dejando su cuello al descubierto. Me senté mejor entre las sábanas, con el otro brazo posicionando su cadera en el lugar correcto para hacerla gemir. Mantuve nuestras caderas unidas, sin moverme. La bruja jadeo, sus manos se deslizaron por mi pecho, hasta detenerse sobre mi corazón.

La ira, el dolor, todo lo que llevaba arrastrando durante años desapareció durante unos instantes. Otra vez, fue cuestión de segundos para que todo cambiase. Para que mi historia tomase un rumbo diferente.

La mujer sonrió, y su mano, su pecho atravesó, llevándose su corazón y alma consigo.

—Mata a tus hermanos, hijo del mar. Ninguno debe vivir o tu grandeza perderás.

Suspiré ante el vacío en mi pecho. Era lo necesario. Sin corazón todo sería más fácil.

Él levantó su cabeza, su cabello blanco como la espuma se movía levemente, y sus ojos de un dorado pálido, ya sin vida estaban.

Ya no era quien alguna vez fui.

Ahora solo en mi cuerpo había una maldición. Una nueva, otra más que sumar a la larga lista de cruces de mi piel.

—Eres el ser maldito que a todos matará —cantó la bruja, la reina y la esposa. Mi bruja, mi reina y mi esposa.

Cerré los ojos esperando que la carta escrita durante el atardecer llegará a mis hermanos.

Hijos del marWhere stories live. Discover now