Capítulo 8

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—Debes tomar a otra mujer como tu esposa —la voz de Klaus sonaba lejana, como si no estuviéramos juntos en la misma sala del trono, rodeados por el glaciar—. Sé que es doloroso pero hazlo por el reino, Dalai, merecemos un sucesor.

No quería prestar atención a sus palabras pero era inevitable, un tema discutido en múltiples ocasiones. Moví un trozo de hielo entre mis dedos, filoso y mortal como la daga más eficaz.

—Ya hemos discutido del tema. Ya sabes mi posición.

—Lo sé, entiendo tu dolor amigo mío pero no podemos permitimos está vulnerabilidad.

—No voy a casarme otra vez.

—Dalai. Piénsalo, te lo ruego.

Clavé los ojos en él. Y el agua a su alrededor inicio a congelarse, convirtiéndo su alrededor en una prisión. Vi como sus hombros comenzaron a tensarse. Alarmado trato de retroceder. Me levanté de mi trono, bajando los escalones hasta quedar a unos metros de él. Sin quitar los ojos de Klaus, sin detener el congelamiento, dejo en claro mi posición.

—No voy a reemplazar a Amelia, tenlo muy claro, Klaus, no pienso tomar a otra mujer en mi vida.

Esquivé la prisión de hielo y abandoné la sala de trono.

En medio de las aguas del Océano Austral, una isla joven se alzaba triunfal. Con un viejo castillo de cristal sobre su superficie. Un antiguo lugar que antes había sido un santuario de descanso para los dioses que servían a mi padre, ahora, un lugar abandonado que solo era utilizado para las reuniones con mis hermanos.

Abandoné el agua y me encamine por la costa. Descalzo podía sentir la arena y las piedras quemar mis plantas, el sol del mediodía ardía fuertemente y el viento helado causaba escalofríos al que no estaba acostumbrado.

Mis soldados avanzaron, más que nada eran una pequeña guardia para garantizar la seguridad del niño. Yo había dicho que era innecesario llevar hombres para mi protección pero cuando Klaus propuso que el mestizo debía venir conmigo, aprobé la idea del séquito.

Seguí camino, con las manos detrás de la espalda hasta llegar a la subida, donde la arena se fusiona con el cristal, siendo el sendero hasta una de las entradas al castillo, donde seguramente mis hermanos ya me esperaban.

Era el último en llegar, lo sabía. Mi viaje era mucho más largo que el de los demás. Dos semanas entre portal y portal. Dos semanas de ver criaturas marinas. De escuchar la risa infantil y los cuentos que entre veteranos se contaban. Dos semanas de dormir mal y de tener más cansancio de lo usual.

En la entrada, apoyado con una postura perezosa y el cabello largo hasta la cintura, Kenn me esperaba, el menor de todos nosotros sonrió.

—¡Hermano! —gritó con su usual entusiasmo y recorrió la distancia que nos faltaba, dándome un fuerte abrazo.

Era mucho más pequeño que yo, escuálido y delgado, con rasgos delicados al igual que sus creaciones, las sirenas. Le di unas palmadas en el hombro, un poco incómodo por la cercanía.

—Kenn —dije su nombre y su sonrisa se ensanchó.

—Ha pasado mucho tiempo sin verte, hermano mayor. ¿No me extrañaste?

—Para nada —Kenn río y vio detrás de mí como el resto se acercaba. Posó sus ojos verdes en Klaus, recorriendo de arriba abajo al general, como cada vez que se encontraban. Luego pasó al mestizo y chasqueó la lengua.

—¿Y el cachorro? —lo señaló, yendo al niño para tomarlo en brazos contra su voluntad.

—¡Suéltame! —chilló el pequeño removiendose en sus brazos. Parecía una sardina por cómo se sacudía tratando de soltarse pero Kenn era más fuerte de lo que aparentaba aunque era increíblemente pacífico.

—Mi sucesor. Lo traje para presentarlo ante ustedes.

El entusiasmo de mi hermano menor fue disminuyendo gradualmente mientras iba hablando. Su rostro decayó y miró al niño, de nuevo a mi, así sucesivamente hasta quedarse viéndome fijamente.

—Dalai. ¿Porque querrías un sucesor? —habló débilmente.

—Porque voy a morir.

—Hermano —comenzó y yo lo frené, no era una conversación que quería tener, no era una conversación para tener a oídos de todos.

—Basta. Ya está decidido —tome al niño de sus brazos, sintiendo como se aferraba a mi cuello y miraba con recelo al gobernante del Pacífico—. Vayamos adentró —cambie de tema comenzando a reanudar la marcha hacia el interior del castillo. —, ¿Hace cuanto que llegaste?

—Hace semana y media, Dylan ya estaba aquí cuando llegué, fue aterrador pasar tiempo con él a solas. Está desquiciado, y mira que yo adoro a la gente loca, son fascinantes pero él me da pánico —dejando atrás el pequeño disturbio, volvió a recuperar su estado de ánimo, posicionándose a mi lado. Lo vi de reojo fingir un escalofrío.

—Me imagino.

—A los pocos días llegó Inna con Wylla, sin las niñas y con mucha protección.

—Era de esperarse, Inna es muy precavida.

—Sobreprotectora, diría yo —se encogió de hombros. Sin darle importancia y miro al mestizo—. ¿Cómo se llama?

—No tiene nombre.

—¿Por qué? Sabes que nombrar a alguien o algo es muy importante.

—Lo sé. Le daré un nombre digno el día que me reemplace, para que empiece su reinado con gloria.

—Que adorable, hermano, sabía que no estabas completamente congelado, hasta creo que escucho unos latidos si me acerco a ti —se burló. Kenn era un tonto, un amante de la vida y de la familia, podía ser cruel, como todos, pero añoraban un mundo sin violencia que era imposible.

Él fue el último hijo de mi padre. Cómo yo fui el primero. Fuimos hechos diferentes. Yo era el hielo, el frío que había congelado los polos, y que a su vez me congeló a mi. Kenn era templado, dependiendo de la temporada podrías probar su calidez o su lado más frío.

Aún así seguía siendo mi hermano, mi sangre. Cómo Inna, como Dylan.

Éramos familia.

Pero mí verdadera familia ya no caminaba por esta tierras y me esperaba en el valle de las almas.

Pronto estábamos llegando a un salón pequeño. Y en él se encontraba sentado, con las piernas cruzadas, Dylan. Sonrió, pero no como lo había hecho Kenn al recibirme. Su sonrisa estaba llena de arrogancia.

—Hermano. Veo que ya has llegado —sus ojos dorados me escanearon, deteniéndose tiempo de más en el niño que parecía temerle por cómo trataba de esconderse.

—Dylan, ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos hemos visto.

—Bastante, si —se levantó, golpeando suavemente la palma de sus manos sobre sus rodillas—. Ahora que ya estás aquí, la reunión puede empezar. 

Hijos del marWhere stories live. Discover now