Capítulo 1

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Llevo irritado demasiado años. Aburrido y confinado a gobernar el Océano Índico desde que alcance la mayoría de edad y pase a la inmortalidad.

Pero yo no solo quiero gobernar está miseria de océano. Yo quiero más. Quiero los cuatro bajo mi poder y si tengo que matar para poder conseguirlo, lo haré.

No permitiré que nada se interponga en mi camino, no nuevamente. Hace años que fallé en ese intento de ataque a Dalai, no puedo permitirme volver a fallar.

Desde ese error, impulsado por la envidia, fue que comencé a preparar y entrenar un ejercicio implacable, a planificar cada uno de mis pasos, a buscar aliados en los olvidados y las bestias dormidas.

La conquista es inminente, en cualquier momento, mis hermanos tendrán que someterse a mi grandeza. Solo es cuestión de tiempo.

No existe peor enemigo que el tiempo, así que debía comenzar a moverme, ya basta de esperar, estaba ansioso por trasladar mis tropas para destrozarlo todo.

Me limpie el rostro con la palma de mi mano, la cicatriz que cruzaba de mi ojo a la mandíbula aún ardía después de tantos años.

Gruñí para mis adentros y observe el paisaje submarino que el gran ventanal me otorgaba y me visualice partiendo. En unos días tendría que emprender un viaje si quería ser el primero en llegar y plantar las trampas requeridas, eso si mis hermanos aceptaban la invitación que aún no había enviado. En lo más escondido del océano se encontraba un territorio neutral, cerca del comienzo del Océano Austral, donde las aguas de los otros chocaban con las suyas, un cementerio de dioses dormidos que nuestro padre había designado como territorio de nadie.

—Su majestad —una criada se acercó a mí, su cabello azul flotaba en el agua y sus pies descalzos hacían un chasquido molesto, como las mandíbulas de un kraken rompiendo los huesos de sus víctimas.

—¿Qué quieres? Más vale que sea urgente como para interrumpirme —le advertí mientras volvía la vista a la mesa, mirando los mapas de algas en su gran longitud.

Planes, tenía tantos planes, tantas modificaciones que quería realizar cuando llegara al poder.

Era cuestión de tiempo, eso era todo.

—La bruja quiere verlo —dijo con un hilo de voz, su temor alimentaba mi humor y con la noticia que acababa de entregarme solo lo mejoró aún más.

—Dile que enseguida iré a verla, tengo cosas más importantes que hacer —ordené y ella desapareció tan rápido de mí vista que sonreí mostrando todos los colmillos de mí boca.

Que pequeña delicia de muchacha, quizás la convocaría a las jaulas pronto, para poder cortar su carne, trozo por trozo y devorarlo con sus gritos de fondo.

Deslice la vista por la gran mesa, acaricie con sumo cuidado el borde de la piedra fría de esta, pensando. Siempre estaba pensando en tantas cosas. A veces eran las fantasías en las que atravesaba a mis hermanos con una lanza y los descuartizada uno por uno, otras veces la protagonista de mis fantasías era esa bruja maldita, recostada en mi nido de helechos, lista para llenarme de herederos. Pero había veces, en la que mi mente me mostraba imágenes de mí mismo en el trono supremo, en las fosas oceánicas, en el centro de los océanos, gobernando. Esa era la que más me gustaba, junto a todos los planes y movimientos de mi ejercicio que estaba comenzando a ejecutar con mucha lentitud.

Precavido, eso tenía que ser, la rapidez solo llevaba a desastre, si iba lento podría ir controlando cada una de las consecuencias para que salieran a mi beneficio.

Pero por mucho que me hubiera esforzado todos estos años, por muchas batallas menores que he ganado, jamás logré derrocar al Príncipe de hielo, Dalai. Mi hermano mayor que gobernaba en el Ártico, nadie era tan duro y frío como él, su nacimiento, según lo que he escuchado de viejos escribas, fue lo que volvió su reino un imperio de eterno frío. Solo la visita de nuestra hermana era lo suficientemente buena para, capas, en las mejores condiciones, descongelar sus aguas por unos meses.

Hijos del marWhere stories live. Discover now