Capítulo 7

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Todo era tan oscuro. No importaba cuánto tratase de huir de la oscuridad siempre estaba ahí. Aunque me quedaba horas mirando el horizonte en busca de una luz, era incapaz de notarla. La vida había perdido su brillo. Por eso estaba aquí ahora. Pensando. Tantas cosas que en otros años me hubieran hecho sentir demasiadas emociones que hubiera tratado de esconder en mi interior, de encapsular bajo una capa gruesa de hielo. Hoy, ya no me genera absolutamente nada.

Donde alguna vez hubo un corazón latente ahora solo queda un órgano constantemente quieto.

Luego de esa charla con Inna y Kenn me quedé despierto, dando vueltas, pensando, recordando, llegue a un punto en el que comencé a sentirme asfixiado y ahogado en mi propio hogar, escuchando la voz de mí esposa gritando por los pasillos. Huyendo fue que subí a la superficie, abandonando la comodidad del agua y sentándome en la capa de hielo que quemaba la piel expuesta, viendo cómo este mismo hielo se extendía, tratando de congelar y encerrar mi reino bajo él. Cómo suponía que Dylan quería hacer con el resto de los océanos.

Si me ponía a pensar en mi hermano menor era capaz de encontrar muchas similitudes entre el hielo y él. Entre él y yo.

Mi joven hermano. ¿Cuando te descardilaste tanto? Soy incapaz de responder esa pregunta porque nunca he estado en su vida. Confinado en el ártico desde mi nacimiento, no tuve la misma compasión de nuestro padre por mis demás hermanos. Yo fui diferente, la prueba y error.

El frío me había afectado más de lo que se había esperado. Lo congelo todo. Mi piel, mis ojos, mi cabello, mis órganos, mí corazón.

Solo mi Amelia fue capaz de romper la coraza de hielo puro, y este se quebró aún más con la llegada de nuestro hijo, mi heredero. Fueron años cálidos los que pasé en compañía de mi mujer a pesar de las aguas heladas en las que vivíamos. Su risa inundaban estás paredes, el pueblo la amaba, yo los amaba. Eran las corrientes primordiales de mi vida.

Eran. Porque ya no estaban. Se habían perdido hacía tiempo, sus aguas habían dejado de fluir, destrozados por una bestia indomable. Los habían matado y aún no encontraba al culpable.

Días como este podía sentir el cansancio calando mis huesos. Demasiado tiempo viviendo, demasiado agotado y vacío. Sin un motivo real para continuar, esperaba que la muerte se acercará pronto, me tendiera la mano, la cuál tomaré, caminaré a su lado y juntos cruzaremos el arco de las almas.

Mi único consuelo era que volvería a verla.

—Amelia, mi hermosa esposa, pronto iré por ti —con los ojos en la luna, la madre de la mujer más hermosa que hubiera visto, me deje consolar con su frío tacto. Ambos la extrañamos, nos hacía falta su risa.

Mañana partiría al punto acordado para la reunión, no había forma de retrasarlo, no había manera de desistir. No había forma de impedirlo.

Vi como el agua se movía de forma tranquila, escuchaba el llamado de una joven foca a su madre, los osos polares buscando a su próxima presa.

Sea lo que sea que Dylan esté planeando no me opondré. Ya he tenido suficientes batallas y no deseo tener que luchar contra mi hermano.

Un hermano al que apenas he visto y del que he sabido pero al final la misma sangre corre por nuestras venas. El mismo apellido nos identifica, las mismas manos nos han criado. Somos familia. Algo tradicional y seguro.

Todo esto, los preparativos que Inna está llevando a cabo. Es tan absurdo. Nada vale la pena. Pero entiendo su rencor, lo que Dylan robó. Una disputa tonta en mi opinión. La gloria que debía ser suya, cayó en manos de otro, e incapaz de soportarlo a batalla partieron. Eran jóvenes y estúpidos. Pero todos hemos temido de Dylan desde aquel día que alcanzó la inmortalidad y algo oscuro danzó en sus ojos dorados.

Hijos del marWhere stories live. Discover now