25. La canción de Nana

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Jeremy no tenía mucho, pero lo que tocó anoche sonó muy bonito

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Jeremy no tenía mucho, pero lo que tocó anoche sonó muy bonito. Yo, por mi parte, tengo mucho trabajo y estoy atascadísima con la novela. Ni la música de David Bowie consigue animarme. ¿Por qué nadie me había dicho lo difícil que era ser escritor? Los bloqueos, los ataques de inseguridad...

—Vamos, Reese, tenemos que salir ya.

Mi abuela me va a ayudar. Ella siempre lo hace con alguno de esos amuletos que me da para que me transmitan buenas energías y, aunque no sabe que escribo, hoy pienso quitarme la vergüenza de encima.

—¡Ya voy! —grito, bajando las escaleras corriendo.

Me he empapado esta mañana en la pelea de bolas de nieve con Jeremy y Ellie y, tras una larga ducha, he conseguido entrar en calor.

La casa de mi abuela está a dos horas en coche. Como cada año, me paso esas horas durmiendo. Mis padres se empeñan en escuchar programas muy raros de comedia que solo entienden ellos, así que no me queda otra que aprovechar para descansar. Sin embargo, no dejo de darle vueltas a todas las notas que he leído y se me ocurre sacar mi libreta para escribir unas cuantas cartas. No sé qué efecto habrá tenido la que le envié a Nahid, solo espero que esté bien.

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—Nubecita, ya hemos llegado —habla mi padre desde el asiento del copiloto.

Abro los ojos lentamente y miro a mi alrededor hasta encontrarme con sus enormes ojos tras esas gafas de pasta tan horribles.

—Papá, cuando tenga dieciocho años, ¿dejarás de llamarme así?

—Nunca —responde y se ríe.

Salimos del coche y la abuela nos recibe en la puerta con una bandeja con tres tazas.

—¡Nana! —exclamo con emoción mientras corro hacia ella. Hace tanto que no la veo.

Ella me mira con una sonrisa tan amplia que sus ojos se esconden entre las arrugas. Luego frunce el ceño, deja la bandeja en la mesita de la entrada y me sujeta la cara con las dos manos. Me da un beso en la frente y me susurra:

—Tienes que dejar que las preocupaciones se marchen.

Sus palabras me sorprenden y tardo un rato en reaccionar. ¿Tan mala cara tengo?

—Ya, Nana, pero tengo mucho que estudiar —respondo, pensando que se refiere a eso, pero ella niega con la cabeza.

—Ven, tengo algo para ti.

Me coge la mano con fuerza y me hace entrar.

—Nosotros también te queremos —escucho gritar a mi madre al fondo. Me rio al darme cuenta de que les ha ignorado por completo.

Me lleva hasta su cuarto y abre un cajón donde tiene muchas cajas de colores.

—Como perdiste la pulsera, los demonios se han acercado mucho a ti —refunfuña y yo la miro pasmada—. Ten, esto te servirá.

El buzón de los secretos © |COMPLETA|Where stories live. Discover now