Capítulo 17

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Capítulo 17

Fue algo brusco ver cómo Penélope le propinaba una bofetada a su hija Amanda, quien se había quedado descolocada por la reacción de su madre. Yo tragué con fuerza y no sabía si marcharme para darle privacidad, aunque ver a Max a la distancia fue lo que necesitaba para alejarme de ellas y dejarlas sola mientras discutían. Las personas estaban demasiado ocupadas bailando y bebiendo como para percatarse de la discusión entre madre e hija.

Cuando me estaba por alejar de ellas, Penélope me sujetó del brazo, tomándome por sorpresa.

—Tú y yo tenemos una charla pendiente, no lo olvides —me dijo ella, como recordatorio.

Le estaba por responder que ella y yo no teníamos nada que hablar, pero quería alejarme de ambas así que, sólo asentí y me fui a buscar a Max.

Tuve la intuición de que se encontraba en el baño privado de Príapo, donde antes él y yo nos encontrábamos, pero al ver que la puerta estaba algo entreabierta, me atreví a mirar por aquel espacio que se me permitía. La idea era comprobar si Max estaba allí, pero lo que vi me dejó atónita. No estaba solo...Rose estaba con él, discutiendo.

¿Qué?

Se me encogió el corazón cuando vi que Rose lo embistió con un beso y los ojos de Max, abiertos, se encontraron con los míos. Él la empujó, alejándola al instante y como reacción.

—¡Ada!

Lo escuché gritar con voz potente, llamándome, pero yo ya no quería saber más nada. Dos besos en una noche con dos personas que no imaginé que ocurriría. Max Voelklein se había llevado el título de gilipollas.

Gracias a Dios el barco ya se encontraba en el muelle y estaba amaneciendo, así que fue rápido escapar de Max y de toda su gente con mi motocicleta. Sabía que Amanda regresaría con su madre, así que no me preocupe por ella, como tanto quería. Ya había entendido el mensaje, amiga mía.

No sé por qué mientras manejaba estaba llorando cómo una imbécil y sentía un enorme vacío en mi pecho. Mi psicólogo me había dicho que a veces hay cosas que no podíamos manejar, que a veces había cosas que no se encontraban en nuestras manos y que sólo dependía de nosotros qué tanto podía afectarnos la acción de otros.

Y lo que había concluido era que las acciones de Max con otras mujeres o las acciones de otras mujeres con Max me afectaba, por más que intentara negarlo.

Llegué a mi habitación de la universidad con el ánimo por el piso y con el maquillaje de mis ojos corrido, como aquel pequeño mapache que Hardi había visto una vez. Acordarme de él me había arrebatado una sonrisa.

Me duché de una forma rápida y me metí a la cama, sintiendo los parpados pesados. No tardé en quedarme dormida.

Cuando me desperté, sentía el cuerpo algo entumecido y con gran dolor de cabeza. Seguro por la música tan fuerte de la fiesta de la noche anterior. Me removí, incomoda, tratando de encontrar una posición correcta para continuar durmiendo. No pretendía salir de la habitación en todo el día, debía adelantar lecturas del primer día de clases que ya estaba cada vez más cerca. Quería estar lista para la clase introductoria.

—Vamos ¿acaso vas a estar todo el día en la cama?

La voz de Max me sobresaltó y por poco me caigo de la cama por el susto que me había provocado. Me senté, mirándolo espantada.

Estaba sentado en la cama de Amanda, con los codos apoyados en sus rodillas y mirándome. Tenía una playera oscura ajustada al cuerpo y unos jeans color agua que le quedaba perfección. Era un maldito modelo de revista y estaba en la misma habitación que yo. Maldito pelirrojo que me hacía llorar y que solía besarse con todo New York.

No te enamores de Ada Gray (Libro 1 TRILOGIA EL PECADO DE LOS DIOSES)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora