La habitación estaba llena de murmullos y ruido, como de costumbre. El ambiente siempre era tenso, pero yo había aprendido a sobrellevarlo con algo de humor, incluso si a veces era para mi propio beneficio. Ahí estaba yo, sentada cerca de Sae-byeok, quien, como siempre, parecía completamente indiferente al caos que nos rodeaba. Su mirada fría estaba fija en un punto cualquiera, ajena a todo excepto sus propios pensamientos.
No podía evitar provocarla.
Algo en su seriedad me tentaba a sacarla de su zona de confort, a arrancarle alguna emoción que no fuera ese silencio cortante que tan bien manejaba.
— Sé que te gusto, mujer, acéptalo — Dije de repente, con una sonrisa astuta mientras me subía a sus piernas sin previo aviso.
Sus ojos se movieron hacia mí con lentitud, y aunque su rostro no mostraba nada, pude notar el ligero endurecimiento en su mandíbula.
— No, no me gustas — Respondió con su tono seco y directo, como si la idea de admitir algo así fuera absurda.
Llevé una mano a mi pecho, fingiendo estar profundamente ofendida — Moverme en el juego de la estúpida muñeca me hubiera dolido menos que eso — Ella desvió la mirada, claramente sin interés en seguirme el juego, lo que solo me animó a continuar — Está bien, si me vas a tratar así, entonces me voy con Ji-yeong. Al menos ella me trata mucho mejor que tú.
Intenté levantarme, dispuesta a marcharme, pero no alcancé a dar un paso. Sentí cómo sus manos me agarraban de la cintura y, con un tirón firme, me hizo caer de vuelta en sus piernas, esta vez más cerca de su pecho. Su abrazo era fuerte pero no incómodo, y aunque su expresión seguía siendo la misma, su acción hablaba por sí sola.
— ¿Ves? Sabía que me amas — Bromeé mientras levantaba la cabeza para mirarla. Mi sonrisa era amplia, disfrutando de la pequeña victoria.
Ella bajó la mirada hacia mí, sus ojos fijos en los míos, y soltó un suspiro que parecía venir directamente de su paciencia agotada — Solo cállate.
Eso no me detuvo, por supuesto.
— Me siento halagada, la chica seria me dirigió la palabra — Respondí con una risa que llenó el silencio entre nosotras. Pero mi diversión no duró mucho, porque sin previo aviso sentí cómo su mano se estrellaba suavemente contra mi nuca — ¡¿Eso por qué?! — Le reclamé, llevándome una mano a la parte golpeada mientras la miraba con indignación.
Ella simplemente alzó los hombros, sin molestarse en explicarse. Sin embargo, sus manos encontraron un nuevo lugar en mi espalda, posándose ahí como si fuera lo más natural del mundo.
El ambiente cambió, pasando de juguetón a algo más tranquilo. Su tacto era firme pero relajado, y por un momento me quedé quieta, dejando que el silencio llenara el espacio entre nosotras. Era raro verla así: menos tensa, menos contenida. Casi parecía cómoda, algo que pocas veces mostraba, incluso cuando estábamos a solas.
— No deberías bromear con eso — Murmuró de repente, su voz baja, como si hablara más para sí misma que para mí.
La miré, ladeando la cabeza — ¿Con qué?
— Con lo de irte con alguien más — Respondió, esta vez sin mirarme directamente. Su tono era tan seco que casi no capté el significado detrás de sus palabras. Pero ahí estaba.
Sonreí suavemente, apoyando mi frente contra su pecho.
— Oh, vamos. Sabes que no lo decía en serio — Su respiración se volvió un poco más lenta, y sus manos en mi espalda se apretaron ligeramente, como si quisiera asegurarse de que no me moviera.
— Deberías hablar menos — Dijo finalmente, aunque no sonaba molesta, sino resignada.
— Y tú deberías aprender a aceptar cumplidos, pero aquí estamos — Mis palabras provocaron un leve movimiento en sus labios, casi como si estuviera a punto de sonreír, pero la expresión desapareció tan rápido como llegó.
Mis ojos se cerraron mientras me dejaba llevar por la sensación de estar cerca de ella. Era algo raro, algo que no solía ocurrir, pero en esos pequeños instantes, sentía que podía derribar sus paredes, aunque fuera un poco.
Finalmente, rompí el silencio una vez más, incapaz de resistirme — Entonces... ¿eso significa que sí te gusto?
Esta vez, su reacción fue más rápida. Su mano se posó en mi cabeza y me revolvió el cabello de forma brusca, como si intentara castigarme por seguir insistiendo — Eres insoportable.
— Eso no fue un no — Murmuré con una sonrisa burlona mientras trataba de arreglar mi cabello.
Ella negó, pero no me soltó, en cambio, dejó caer la barbilla ligeramente, apoyándola en mi hombro. Por unos segundos, su respiración fue el único sonido que escuché.
— No hagas esto raro — Murmuró de repente, su voz amortiguada contra mi hombro.
— Demasiado tarde, ya lo hiciste raro tú sola — Respondí, pero esta vez mi tono era más suave.