El Vendedor sabía que no era un día diferente, aunque deseara que lo fuera.
El trabajo en el metro tenía un ritmo monótono, casi mecánico. Estaba allí como siempre, observando, vigilando a las personas que se cruzaban en su camino. Cada conversación falsa, cada sonrisa ensayada para cumplir con su tarea, le recordaban cuánto detestaba este trabajo. Pero había aprendido a soportarlo, a enterrar el tedio en lo más profundo de su mente.
Lo único que realmente deseaba era un cambio, algo, o mejor aún, alguien, que rompiera lo común.
Y entonces escuchó esa voz que podía reconocer incluso entre el bullicio del metro.
— ¿No te dieron suficientes bofetadas hoy? — Dijiste con tono burlón mientras te sentabas a su lado.
El Vendedor se tensó ligeramente, aunque no pudo evitar que sus labios se curvaran apenas en una sonrisa cansada.
— ¿Qué haces aquí? — Preguntó, girando solo un poco su cabeza hacia ti. Sus ojos rápidamente escanearon los alrededores antes de centrarse en ti. Luego añadió con tono serio — Ya sabes que no podemos cruzar nuestras zonas.
Tu risa rompió el ambiente frío. Aunque tranquila y, tal vez, falsa, era una risa que él encontraba reconfortante.
— Por favor, como si tú no hubieras cruzado mi zona hace dos semanas — Respondiste con calma, mientras tu mirada analizaba despreocupadamente a las personas que pasaban cerca.
El Vendedor frunció el ceño, pero no replicó — Eso fue diferente. Me ordenaron vigilarte en caso de que...
— ¿En caso de que ese hombre corpulento intentara algo? — Completaste la frase, fingiendo una indignación burlona. Te giraste para mirarlo directamente, una sonrisa astuta en tu rostro — Por favor, podrías inventar una excusa mejor. Solo admite que estabas aburrido y querías compañía.
Él soltó un largo suspiro, bajando la mirada por un momento antes de enfrentarte. Sus ojos atraparon los tuyos, y durante unos segundos se produjo un extraño silencio entre ambos.
— Cree lo que quieras — Respondió finalmente, volviendo a mirar al frente.
Te llevaste una mano al pecho, fingiendo estar ofendida — No seas así. Vine a invitarte a un café. Además, hoy terminas tu lista, ¿verdad?
El Vendedor arqueó una ceja, sorprendido de que supieras ese detalle. La lista de objetivos era confidencial, pero al parecer habías deducido cuándo le tocaba terminar.
— ¿Cómo sabes eso?
Te encogiste de hombros — Digamos que soy buena calculando tiempos. Después de todo, el próximo juego está a la vuelta de la esquina.
Él asintió en silencio. No tenía sentido cuestionar cómo habías obtenido esa información; simplemente aceptó que eras demasiado astuta para que algo se te escapara.
La conversación se volvió más seria cuando tocaste el tema de los riesgos.
— ¿Crees que alguno de los hombres nos cause problemas? — Preguntaste. Aunque tu tono era relajado, había un dejo de preocupación en tus palabras. Era algo sutil, pero el Vendedor lo notó de inmediato.
— Tal vez — Respondió después de un momento. Sus ojos se oscurecieron ligeramente — Ha sido un dolor de cabeza desde que ganó. Podría intentar algo, pero aún está por verse.
— Sabes que estamos en problemas si ese "tal vez" se convierte en un sí. Los superiores no dudarán en deshacerse de personas como nosotros para cubrirse las espaldas — Comentaste con franqueza, cruzando los brazos.
Tus palabras eran ciertas, y él lo sabía. Había estado trabajando para la organización durante años, siempre consciente de que nadie estaba realmente a salvo. A pesar de ser uno de los mejores en su trabajo, eso no lo eximía del riesgo. Y tú, aunque eras excelente en tu rol, también estabas lejos de ser intocable.
— No te preocupes — Dijo finalmente, su voz baja pero firme — No dejaré que te toquen.
Un tren pasó en ese momento, su estruendo enmascarando las palabras que solo tú podías oír. Tus ojos se suavizaron por un instante antes de que respondieras.
— Ten cuidado, parece que realmente te preocupas por mí. Pero no te preocupes, yo también te cubro las espaldas.
El Vendedor asintió lentamente, mirando su reloj. Se levantó, estirándose ligeramente. No se había dado cuenta de cuánta tensión llevaba encima hasta ese momento. Mientras flexionaba su cuello y hombros, tus ojos se fijaron en él por más tiempo del necesario, algo que no pasó desapercibido.
Él tomó su maleta y extendió una mano hacia ti.
— ¿Qué pasa? Dijiste que querías invitarme un café, ¿no?
Tu rostro se calentó ante el gesto, pero no querías desperdiciar la oportunidad de pasar tiempo con él. Tomaste su mano, sintiendo un rubor inesperado al hacerlo, y te levantaste rápidamente.
— Nuestro lugar habitual, ¿verdad?
— Sí, nuestro lugar habitual está bien — Respondió, comenzando a caminar hacia las escaleras contigo a su lado.