Capítulo 2: Volviendo a la escena del crimen

9.7K 724 127
                                    

Cuando veo la dirección del departamento que mi jefe rentó para mi estadía, no puedo creerlo. ¿En serio me tiene que mandar al mismo piso en el que la última vez fui infeliz?

Es como ser una víctima de robo volviendo a la escena del crimen. Siento miedo, angustia, odio y amargura, ni siquiera los lindos recuerdos aparecen para darle un poco de color. No, todo lo veo negro.

Entro al edificio arrastrando la maleta. Ya me pesa demasiado y no veo la hora de abrirla para que no me explote el cierre en el ojo. El portero me reconoce de inmediato y me quiero morir. Este hombre debería estar jubilado ya, ¿qué hace trabajando? Además, ¿cómo va a saber quién soy? ¡Tengo diez arrugas más desde que me fui! Sí, las conté.

—¡Señora Marisa! —exclama. Respiro hondo.

—Señorita, Patricio —le corrijo—. No soy señora.

—Bien, bien, señorita entonces, como en los viejos tiempos —replica riendo, aunque en su mirada acabo de notar un atisbo de lástima—. ¿A qué piso?

—Al de siempre —expreso entre dientes. Él hace una mueca y asiente.

—Perfecto, ya sabe por dónde es. Nos vemos más tarde —dice.

Me da la espalda y saca su celular para llamar a alguien. Eso no me gusta nada.

Bufo mientras subo las escaleras. Las cinco horas de viaje me agotaron, tengo la cabeza que me retumba por culpa del nene que iba atrás de mi asiento a los gritos y golpeando mi silla, y además no pegué un ojo en toda la noche por la ansiedad del viaje. Ya son las siete de la tarde, así que compraré algo para comer y me voy a la cama.

La cama... la última vez que la vi, estaba siendo usada para una escena que me da arcadas de solo pensarlo. No creo que sean los mismos muebles, rezo por eso.

Entro al piso y suspiro de alivio. Todo se ve muy diferente, así que no tengo por qué preocuparme, no me trae recuerdos y hasta siento que es otro lugar. Incluso esa horrible habitación cambió, al menos el papel tapiz ya no está sucio y la cama de dos plazas se convirtió en la mitad. Resoplo y me siento sobre el colchón, es finito e incómodo, pero es lo que hay. Debo recordar que solo son dos semanas y que no podía pedir un hotel de lujo porque mi jefe es un tacaño...

Mi jefe es un tacaño, es un gran título para una historia de humor. Sacudo la cabeza, el humor no es lo mío, a pesar de que mi vida parezca un chiste.

Todo está en un perfecto silencio, apenas escucho el tictac del reloj colgado en la sala, por lo que aprovecho para acostarme incluso con las zapatillas puestas. Tengo más sueño que hambre, solo va a ser una cabezada de diez minutos para recuperar energía.

Salto del susto cuando el teléfono fijo del cuarto suena. Mi corazón se dispara y creo que me va a dar un infarto mientras me levanto para atenderlo. ¿A quién se le ocurre poner el timbre a todo volumen? Voy a desconectarlo.

—¿Sí? —digo atendiendo y conteniendo un bostezo.

Hola, Marisa. Veo que ya llegaste —dice mi jefe.

—Hola, David. Sí, llegué hace unos cinco minutos. Justo estaba pensando en vos, me diste inspiración para una historia —contesto.

¿Ah, sí? —Suena interesado y hasta seductor. Me da asco—. ¿Y de qué se trata la historia?

—Se llama "Mi jefe es un tacaño" —expreso sin pensarlo. Luego muerdo mi lengua y golpeo mi frente con el puño. No soy más tonta porque no puedo.

¿¡Qué!?

—Que mi jefe es un caño —manifiesto. Tierra, tragame ahora mismo. Escucha como bufa, es obvio que se dio cuenta de que eso lo inventé a último momento—. Es un caño porque es muy buena onda y... sexy.

¿La puedo embarrar más? Lo dudo.

Bah, mejor dejémoslo ahí, Marisa. ¿Cómo te fue en el viaje? —cuestiona cambiando de tema, cosa que agradezco demasiado.

—Bien, aunque atrás tenía un nene que se la pasó golpeando mi asiento y mi valija estaba a punto de explotar, pero llegué viva —replico, él se ríe y eso me alivia un poco. Quizás no debería decirle tacaño.

¿Necesitás que te alcance algo? —pregunta. Niego con la cabeza como si pudiera verme y luego recuerdo que estoy hablando por teléfono. Este sueño no me deja pensar y estoy haciendo las peores tonterías de mi vida.

—No, estoy bien, solo voy a dormir porque no doy más del sueño. Nos vemos mañana en el set —respondo.

—Excelente, te espero mañana a las ocho. Sé puntual y no desayunes porque acá comemos todos juntos —expresa antes de cortar.

Ni siquiera un chau. Yo voy a desayunar igual, si viajo con el estómago vacío me mareo y no quiero desmayarme. ¿Qué mal me haría comer dos veces?

Llamo al delivery de pizza porque el estómago me está empezando a gruñir, pero el contestador me dice que el número no existe. Claro, ¿cómo la pizzería iba a seguir existiendo después de tanto tiempo? Voy a tener que bajar para ir a comprar comida, no me queda opción.

Patricio me sonríe y me detiene antes de que cruce la puerta.

—Señorita Marisa, usted sabe que no me gusta meterme en asuntos ajenos, pero quisiera saber porqué dejó a Abel —expresa. ¡La que me faltaba! Por supuesto que le gusta meterse en la vida de los demás, es portero de un edificio, obvio que es un chusma.

Levanto la cabeza con orgullo y respiro hondo.

—Porque ese maldito me engañó —contesto. Frunce el ceño y se rasca la cabeza.

—¿Está segura? —interroga. Intento calmarme porque al parecer esa pregunta me va a perseguir durante toda mi estadía en este lugar.

—Yo lo vi —digo con tono cortante, y le doy la espalda para poder abrir la puerta y salir a la calle.

—Es que esa noche el señor Abel no estaba en la casa —declara con tono dudoso, como si no supiera que debía decirme eso. Lo miro con seriedad.

—¿Cómo que no estaba en la casa? ¿Y quién era ese tipo en mi habitación? —quiero saber.

—Era... era mi hijo.

Suelto una carcajada estruendosa y sarcástica. ¿De verdad piensa que yo me voy a creer semejante mentira? Está claro que es cómplice de mi ex.

—Patricio, por favor... ya pasaron nueve años, no me interesa —expreso. Suspira.

—Le estoy diciendo la verdad. Ese día mi hijo me pidió por favor que lo ayudara, que esa chica le gustaba mucho. Todos los pisos estaban ocupados, pero sabía que usted y Abel no estaban, así que le di la copia de llaves del apartamento y... bueno, llegaste temprano y lo viste, aunque no del todo porque al parecer estaba oscuro y tampoco lo escuchaste cuando te detuvo —agrega casi sin respirar.

Pongo los ojos en blanco.

—Ya no me importa —repito—. Y no quiero escuchar ni una sola palabra más sobre este tema.

Esta vez sí salgo, pero para tomar una gran bocanada de aire. ¿Y si lo que dice es verdad? ¿Si no era Abel el hombre que estaba con otra mujer?

Bufo y pateo una piedra con fuerza, aunque termino resbalando y cayéndome hacia atrás, lo que provoca que me golpee la cabeza contra el suelo. Mi vista se borronea, pero noto una silueta con expresión preocupada intentando ayudar a que me ponga de pie.

—¿Estás bien? —me pregunta mi salvador.

En cuanto logro enfocarlo, mi corazón da un vuelco al encontrarme con los ojos oscuros y brillantes de mi ex, quien está igual o aún más perfecto que la última vez que lo vi. Tengo ganas de llorar.

Creo que ya no estoy tan segura. Volver a la escena del crimen solo hizo que mi herida se vuelva a abrir y, esta vez, en vez de glóbulos rojos deben estar saliendo signos de interrogación.

¿Es verdad lo que dijo Patricio? ¿Y si dejé ir al amor de mi vida por no aceptar una explicación? ¿Si me equivoqué al irme? Preguntas que, aparentemente, puedo estar a punto de responder. 

La boda de mi exDonde viven las historias. Descúbrelo ahora