Capítulo 35: El destino

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Abel se pone completamente pálido y sé que no quiere decir la verdad, pero tampoco me gustaría mentir. Mi amigo me toma de la mano, dándose cuenta de la situación, y se encoge de hombros como si fuera algo obvio, aunque alguien lo interrumpe antes de que pueda abrir la boca.

—De mí —suelta Alejandro detrás de ellos, salvando más a Abel que a mí. Se pone a mi lado y me toma de la cintura con una sonrisa tensa.

Roxana lo mira con las cejas arqueadas y suelta una carcajada.

—¿De verdad? —interroga con tono burlón. Eduardo pone los ojos en blanco y el actor suspira.

—Por supuesto, tuvimos relaciones y no nos cuidamos —miente—. ¿Tenés algún problema con eso o es que no creés que pueda tener un hijo? No sería la primera vez que me pasa. 

La rubia hace un suspiro de resignación y lo mira de arriba abajo, luego resta importancia con la mano. Al mismo tiempo, noto que Abel resopla de alivio y lo observo con seriedad mientras su novia entrelaza sus dedos y lo arrastra hacia su auto. Él me devuelve la mirada, como si me estuviera pidiendo disculpas, y yo no puedo evitar sentirme triste. Es increíble, hace un momento me estaba pidiendo tener un hijo y ahora hace como si nada. Y lo peor es que se va con ella y yo tengo que tragarme el orgullo porque me salvó quien menos pensaba.

—Deberías dejar de inventarte hijos —le digo a Alejandro. Este ríe y niega con incredulidad—. Todos sabemos que no podrías ser padre, Ale.

—Por lo menos denme el beneficio de la duda, ¿cuántas veces tengo que pedirlo? —expresa. 

—Vamos al departamento —le pido a Eduardo, haciéndole caso omiso al rubio—. Sé que querías ir a bailar, pero...

—¡No nos vamos nada! —me interrumpe en un grito que me hace saltar del susto—. Vamos a pasarla bien, nada de caras largas. ¡Disfruta de tu soltería! —exclama en voz bien alta para que Abel, quien todavía se encuentra tratando de entrar al coche, lo escuche. 

—No sé, no me siento bien —manifiesto. Alejandro trata de calmarme acariciando mi espalda.

—Nena, no te preocupes —murmura. Mi amigo le hace un gesto para que no diga nada y que nos deje solos, cosa que hace con algo de duda—. Si necesitan algo, me dicen.

—Ja, a quien menos llamaríamos sería a vos, ¡ladrón! —dice mi acompañante. Tengo que admitir que me dieron ganas de reír y a la vez sentí algo de lástima, ya que el interpelado se aleja con la cabeza baja. Eduardo vuelve a mirarme con seriedad—. Si vamos a casa, es para que te tomes esa maldita pastilla. Abel no tiene en claro lo que siente por esa mujer ni por vos, amiga. ¡No merece ni que pienses en él! Mucho menos merece que le des un hijo que al final puede que ni siquiera acepte. Perdón si soy muy sincero y te duele lo que digo, pero si yo fuera vos, se lo regalo con moño y todo a esa tipa —expresa en voz baja.

Asiento con la cabeza. Él tiene razón, lo sé, ¿pero por qué mi corazón está empeñado en amarlo? Me trago el nudo de la garganta.

—Además, es tu noche, amor. No gastes energía en pensamientos feos, vamos a festejar que terminaste la película y mañana volvemos a casa. —Acaricia mi mejilla y me da un beso en la frente—. A nuestra casa, no vamos nada a esa boda de porquería, solo espero que se arruinen la vida y sean infelices por siempre. 

—Pero la mía también se arruinaría, Edu —susurro. Chasquea la lengua y pone los ojos en blanco.

—Todavía tenés mucha vida por delante, y si él realmente te quiere y te elige a vos, va a tener que ir a buscarte. No va a ser como la última vez que te fuiste, esta vez tenés que darle el ultimátum, si no va a Santa Fe a buscarte, entonces... bueno, vas a poder reconstruir todo desde cero.

La boda de mi exDonde viven las historias. Descúbrelo ahora