Capítulo 19: Dejarse llevar

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Ese beso fue un antes y un después.

Quise ser dulce y corta, simplemente quería darle un beso casto en los labios, pero él se entusiasmó y yo me dejé llevar. Sus manos en mi cintura, mis dedos enterrados en su pelo, su lengua acariciando la mía con suavidad y pasión al mismo tiempo. Me transportó a otro mundo en menos de un segundo.

Al final me alejo de él con las mejillas hirviendo, el pulso acelerado y la respiración entrecortada. A mi alrededor todo sigue igual, excepto la mirada de Alejandro. Esta vez me observa con expresión sorprendida y los ojos dilatados de excitación, lo que provoca que mi sonrojo aumente. Me aclaro la voz y agarro el oso panda gigante que dejé en el suelo.

—Creo que ya deberíamos irnos —manifiesto mirando el cielo. Ya está anocheciendo y siento que no es buena idea andar en moto por la ruta tan tarde. Él asiente con la cabeza—. No sé cómo vamos a hacer para llevar esta cosa.

—Te lo ato en la espalda —dice esbozando una pequeña sonrisa.

Comenzamos a caminar hacia la salida y me toma desprevenida cuando pasa su mano por mis hombros como si fuéramos un par de amigos. Bueno, después del tremendo beso que nos acabamos de dar, creo que ahora vale todo.

En cuanto llegamos a su vehículo, me ayuda a acomodar el peluche de la manera más cómoda posible y arranca. Mientras tanto, yo solo siento nervios. ¿Qué va a pasar cuando llegue a casa? ¿Lo invito a subir o solo lo saludo? ¿Le doy otro beso o le hago un gesto con la mano? Ni siquiera sé qué hacer, porque no había pensado en la posibilidad de que iba a gustarme tanto besarlo. Bufo y cierro los ojos negando con incredulidad.

Por más que quiera sentir odio hacia él, sé que ya no voy a poder. Esta tarde me di cuenta de que no es tan arrogante como pensaba y tengo que admitir que fue una de las mejores tardes con un hombre diferente a quien amé tanto...

Chasqueo la lengua y mi corazón se encoge. Otra vez estoy haciendo comparaciones y creo que Alejandro no se lo merece. De todos modos, ¿por qué siento que estoy engañando a Abel? Es como si mi alma aún pensara que estoy con él, o deseara que esté. Tengo que luchar contra eso.

Tras unos veinte minutos de viaje, mi acompañante estaciona en la puerta de mi departamento. Me saca el casco y me mira con sus ojos verdes, brillantes y llenos de picardía. Me rasco el cuello de manera pensativa y el silencio es un tanto incómodo, ya que ninguno de los dos sabe qué hacer.

—¿Querés subir? —pregunto al final, tomando fuerzas. Internamente rezo para que me diga que no, aunque al mismo tiempo también me sentiría algo decepcionada si rechazara la propuesta. Arquea las cejas y asiente con la cabeza, se nota que está sorprendido por la invitación.

Abro la puerta del departamento y saludo al portero, aunque me devuelve el gesto de mala y mira con cara de pocos amigos a Alejandro y el oso gigante que lleva. La que falta es que lo odie porque estoy reemplazando a Abel, ja.

Subimos las escaleras y a cada paso me siento más nerviosa. Respiro hondo y pienso en que solo lo estoy invitando a cenar, no es nada de otro mundo y se lo debo porque él pagó prácticamente todo hoy, así que es solo una manera de devolverle el favor. Mi mano tiembla en cuanto pongo la llave en la cerradura y me muero de vergüenza, sobre todo porque se da cuenta, pero no dice nada.

Al fin puedo abrir y voy prendiendo las luces a medida que entro. Él me sigue con precaución y suspiro sacándome las zapatillas. Debo admitir que me duelen los pies y ya no doy más.

—¿Pido algo para comer? —interrogo—. ¿O preferís que cocine? Tengo que decirte que solo hay fideos con salsa.

Se ríe y se encoge de hombros, me sigue hasta la cocina y me observa con interés apoyándose en el marco de la puerta.

La boda de mi exDonde viven las historias. Descúbrelo ahora