Epílogo

7.4K 505 95
                                    

6 meses después

Abel me mira con una sonrisa mientras entro a la habitación que está pintando de color salmón.

—No me gusta —comento arrugando la nariz.

—Lo elegiste vos, Maru —replica bajándose de la escalera de un salto. Se aproxima con los ojos entrecerrados y las manos sobre su cintura—. Me estás mintiendo, ¿no?

—Un poco —contesto con tono inocente. Se ríe y se acerca para darme un beso—. Adiviná lo que me acaba de llegar.

Se encoge de hombros y mira el sobre que tengo en mis manos. Hace una mueca de asombro y suelto una carcajada.

—No es un cheque por millones de dólares, es algo mucho mejor.

—¿Qué puede ser mejor que un cheque...? —comienza a preguntar, pero lo interrumpo mostrándole la invitación al preestreno de mi película. Abre la boca mucho más—. ¡Ay, no! Esto no es mejor que eso.

—¿¡Cómo que no!? —exclamo—. ¡Ah! Vamos a tener que ver a la bruja...

Hace una mueca de disgusto, pero no dice nada. Sé que le molesta que llame así a su ex, pero ¿cómo quiere que le diga? Para mí es una bruja y siempre lo será. De todos modos, entiendo su postura, al fin y al cabo, estuvieron juntos tres años.

—¿Te da miedo que vea esto? —interrogo señalando mi vientre.

Su expresión se suaviza y esboza una pequeña sonrisa, negando con la cabeza.

—Para nada. Sé que va a ser un poco incómodo, pero te voy a acompañar igual, sin ninguna duda —contesta—. ¿Vos querés que vaya?

—Bueno, sos vos o mi papá. Y prefiero que vayas vos, porque si no van a pensar que me embaracé del espíritu santo.

—No soy un espíritu, pero sí soy un santo —expresa guiñándome un ojo. Me río y le doy un pequeño empujón de manera juguetona—. Entonces, ¿cuándo es?

Tenemos que salir corriendo cuando vemos que es mañana. Nos mudamos hace una semana y todavía no terminamos de acomodar, por lo que nos cuesta encontrar las valijas y ropa adecuada para el evento. Además, si bien todavía no tengo una panza enorme, me cuesta bastante moverme rápido y cada tanto tengo que parar para descansar las piernas.

—Te dije que no era buena idea una casa con escaleras —dice mientras me ayuda a bajar. En realidad, no lo necesito, pero está demasiado sobreprotector—. El bebé se puede caer, vos te podés caer, y...

—La bebé —lo interrumpo—. Es ella.

—Tenés razón, pero la palabra bebé es válida para ambos géneros —pronuncia soltando un suspiro de alivio en cuanto llegamos al primer piso—. Voy a aprovechar que vamos a Buenos Aires para llevar algunos pedidos, iba a mandarlos por correo, pero me ahorro el envío.

Cuando dejó el trabajo que tenía allá y se mudó conmigo, se dedicó a lo que más le gusta: pintar. Los dos recuperamos la inspiración que no teníamos hace años, como si fuéramos la musa del otro. Yo terminé mi guión, dejé los cambios que Alejandro hizo porque me gustaron bastante y voy a decirle a David que lo lea para que me dé su opinión y me ayude a, quizás, hacer una nueva película.

Después de preparar todo, le aviso a mis padres que nos vamos.

—¿Estás segura de que querés ir? —me pregunta mi mamá del otro lado del teléfono. Resoplo y pongo los ojos en blanco—. La última vez no la pasaste muy bien.

—¡Mamá! Me estás diciendo lo mismo que hace casi siete meses. Esta vez es distinto y tengo que ir obligatoriamente —replico mirando a Abel correr de acá para allá con sus cuadros. No puedo evitar sonreír al ver que casi se tropieza con una caja—. Solo son dos días, vemos el estreno y volvemos.

La boda de mi exDonde viven las historias. Descúbrelo ahora