Capítulo 4: Incomodidad nivel Dios

8.1K 596 97
                                    

Cuando despierto al otro día, me duele todo el cuerpo. Ese colchón más finito que un panqueque no me estaría funcionando para descansar, creo que voy a empezar a dormir en el sillón del living.

Reviso la heladera para ver si tengo algo de desayuno, pero recuerdo que anoche no compré nada. Supongo que voy a tener que ir sin desayunar, como me pidió David. Entro a la ducha y la presión de agua es tan poca que termino bañándome con un hilo de agua, antes no era así. Voy a tener que decirle a Patricio que lo revise.

Busco en Google Maps la dirección del estudio y me manda a China. O las coordenadas están mal o yo estoy en el lugar equivocado. Entonces, el teléfono fijo suena y atiendo.

¿Konnichiwa? —digo.

¿Marisa? —interroga mi jefe—. ¿Qué te pasó?

—Buen día, David. Es que busqué la dirección del set de grabación y me salía que estaba en China, así que por las dudas contesté en ese idioma —replico avergonzada. Él refunfuña algo por lo bajo.

Konnichiwa es en japonés, Marisa —comenta. Siento mi cara roja—. En fin, da igual. Te paso a buscar en diez minutos, ¿te parece? Es que me parecía que te ibas a perder, ¿hace cuánto que te fuiste de Buenos Aires?

—Hace nueve años —contesto.

Era una pregunta retórica —agrega. Ruedo los ojos y suspira—. Entonces, nos vemos en diez.

Y cuelga. Creo que no conoce lo que es despedirse.

Me preparo guardando todo lo necesario en mi bolso, como el celular, llaves, tarjeta para pagar el boleto del colectivo, chicles de menta y pintalabios. Voy a ir a un lugar donde está lleno de actores que probablemente están muy buenos, tengo que ir preparada.

Acomodo mi vestido mientras bajo las escaleras y el portero me mira con preocupación cuando llego hasta él.

—Señorita Marisa, quería disculparme, sé que ayer le dije algo que seguro que la atormentó, pero quiero decirle que es mi culpa que se haya separado del señor Abel, entonces lo llamé avisándole que estaba acá y es por eso que se encontraron, pero probablemente usted no quería verlo así que le tengo que pedir perdón por eso y... —comienza a decir sin respirar, haciéndome confundir. No le entendí nada, así que lo calmo y lo invito a que tome aire.

—Patricio, ya está, no te preocupes —le digo—. Quedó todo bien, ahora somos amigos. —Esbozo una sonrisa y él suspira de alivio.

Amigos, me repito mentalmente. Soy amiga de mi ex, el cual está comprometido con vaya a saber quién y para colmo estoy invitada a la boda. ¡Genial! La bocina del auto de mi jefe me rescata de la situación, porque pareciera que este señor todavía tiene ganas de seguir preguntándome cosas.

Subo al asiento de atrás, ya que el de adelante está ocupado por una rubia de ojos verde agua, despampanante, con la piel bronceada y una sonrisa perfecta. La reconozco porque es la protagonista de mi historia, la eligieron tremendamente bien.

—¡Hola! Soy Roxana, ¿vos sos la guionista, no? —dice.

Me quedo en silencio, repitiendo en mi mente su nombre. ¿Roxana? ¿La prometida de Abel? Su expresión se transforma en una mueca y me aclaro la voz.

—Sí, soy yo, Marisa —replico antes de que piense que soy un bicho raro. Extiende su mano para estrecharla conmigo y sonríe. Se ve como una buena mujer—. Hola, David —agrego saludando a mi jefe, que hace un asentimiento con la cabeza.

Tira su pelo canoso que le queda por los hombros hacia atrás y dirige su vista azul con concentración a la ruta. Me remuevo en el asiento, el cual es de cuero y hace un ruido extraño que me avergüenza. Por favor, que no piensen que me tiré un gas.

—Ah, Marisa... ¿Vos sos la ex de Abel Valle? —me pregunta la rubia de repente. Me atraganto con el aire a la misma vez que asiento—. ¡Qué bueno conocerte! Él no paraba de hablar de vos cuando lo conocí, no te das una idea.

No sé qué decir, ¿no debería estar enojada u odiarme por eso? Solo le dedico una sonrisa tensa y miro por la ventana. Si abro la puerta y me tiro, quizás me salve de esta situación tan incómoda. Estoy sopesando esa posibilidad cuando David entra en un estacionamiento y para el auto. Enseguida baja, le abre la puerta a Roxana y a mí me abandona dentro. Chasqueo la lengua y salgo del coche. Entrecierro los ojos al ver a la actriz y al director charlando y riendo, caminando como si estuvieran solos. ¿Acaso estoy pintada? Corro hacia ellos y me aclara voz para llamar la atención.

—¡Ah, Maru! Me había olvidado de vos —expresa el jefe.

—No me di cuenta —responde con tono irónico.

Se ríe y acomoda su camisa, arremangándola hasta los codos. La verdad es que está haciendo bastante calor, espero que adentro haya aire acondicionado.

Entramos al estudio, me quedo con la boca abierta al ver todo, inclusive esos actores que andan paseando sin camisa. Creo que ellos son los strippers de la despedida de soltera. La que ocurre en el guión, claro. Hasta mi protagonista tiene más suerte que yo.

—Maru, quiero decirte que desde el primer momento en que leí el libreto amé esta historia —comenta Roxana con sinceridad, poniéndose la mano en el corazón—. Realmente, enseguida supe que el papel era para mí. Me hace recordar tanto mi historia de amor con Abel.

Intento que no se note mi mueca de disgusto. Si supiera que en realidad es mi historia con su novio, solo que con un final feliz, se muere.

—Gracias, me alegra que te guste —contesto.

Entonces, mientras intento escapar corriendo, mi tacón se enreda con el lío de cables de las cámaras y de las luces, por lo que caigo de cabeza, con la falda de mi vestido terminando en mi cintura, pero eso no es lo peor. ¿Qué puede ser peor que cincuenta personas vean tu tanga roja? Bueno... tirar la mitad de la escenografía.

No solo siento incomodidad nivel Dios, sino que estoy muy avergonzada. Tapo mi rostro y sollozo, y me doy cuenta de que alguien se sienta a mi lado. Es Roxana.

—No te preocupes, a todos nos pasó alguna vez —murmura con suavidad, sonríe con dulzura y acaricia mi espalda—. Vamos, no te pongas mal.

Me ayuda a ponerme de pie y suspiro. Es un amor de persona, ya comprendo porqué mi ex se enamoró de ella. Me hace sentir mal el hecho de que quiero odiarla, pero no puedo, no lo merece.

—Gracias —digo. Le resta importancia con la mano.

—Ahora... solo preocupate porque el video de tu vestido levantado no inunde las redes —agrega señalando a los chicos semidesnudos que me miran sonriendo con el celular en la mano.

¡Ay, no puede ser! ¿Por qué a mí?

La boda de mi exDonde viven las historias. Descúbrelo ahora