Capítulo 26: Dolor de cabeza

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Juro que intenté comunicarme con Abel durante toda la tarde. Le mandé mensajes diciendo que voy a llegar tarde a nuestro encuentro, también lo llamé a cada rato mientras me encerraba en el baño del estudio o salíamos a los descansos. Nunca me atendió ni me respondió un solo mensaje. ¿Será que él también está arrepentido de haberme invitado y no se anima a cancelarlo?

La preocupación hace que me duela la cabeza y no mejora ni siquiera cuando tomo un medicamento. Se me va a partir el cráneo en cualquier momento. 

Alejandro se acerca a mí cuando estoy en mi décimo intento de llamada y no puedo evitar bufar. Me mira con interés al notar mi expresión y suspiro al colgar. Se pone las manos en los bolsillos de su pantalón y arquea las cejas, gesto que imito.

—¿Ya te dije que tenés unos ojos preciosos? —interroga—. ¿De qué color son? No distingo si son azules, verdes, marrones...

—Son del tiempo —expreso y pienso que jamás me prestó atención—. Son color miel, pero cuando está soleado suelen tener un tinte verde. Son heredados de mi abuelo, o quizás toda la genética junta.

—Guau, me hace recordar a un caballito de mar de plástico que compré en la playa, cambiaba de color según el clima y mayormente le acertaba —comenta. Acaricia uno de mis bucles y esboza una media sonrisa—. ¿Y tu pelo es color chocolate o estás teñida? —inquiere.

—Bueno, creo que todavía no tengo canas, así que es natural —respondo mirándolo con curiosidad—. ¿Por qué de repente estás interesado en mi apariencia?

—Solo son algunas dudas que tenía con respecto a vos, nada de otro mundo. —Se encoge de hombros—. ¿Y ya decidiste lo que vas a hacer esta noche?

Tengo ganas de vomitar. ¿Es que este muchacho me lee los pensamientos o será que yo soy la loca? ¿Cómo es que sabe que tengo que elegir entre dos cosas?

—Voy a esperar a mi amigo —expreso—. Va a ser mi acompañante en la boda.

—Pensé que íbamos a ir juntos. —Hace puchero con la boca—. Si hubiera sabido que estabas invitada, te habría acompañado —continúa.

—Da igual...

La voz del director por el alto parlante nos llama la atención y todos nos reunimos en el interior del recinto. Nos ubicamos alrededor de él para escuchar lo que tiene que decir.

—Mañana vamos a filmar las últimas escenas, pero las más importantes. Primero, el descubrimiento del secreto oculto de la protagonista. —Señala a Roxana—. Y la escena de la boda. Los quiero felicitar a todos por su excelente trabajo, la propuesta salió perfecta en una sola toma.

Siento que mi corazón se estruja un poquito. Cuando escribí el momento de la propuesta de casamiento lloré demasiado imaginando que Abel volvía en un caballo blanco como si fuera un príncipe azul rescatándome de un horrible ogro. Por supuesto que eso nunca pasó ni tampoco quise ver cómo lo actuaron porque estoy segura de que iba a llorar. Prefiero verlo directamente en la pantalla grande, así que mañana no pienso venir al estudio. Total, mi trabajo ya terminó.

Al terminar el horario laboral, vuelvo a llamar a Abel. Nada, no contesta ni tampoco mira los mensajes. ¿Le habrá pasado algo? De repente tengo una sensación horrible en la boca del estómago, quiero que me espere en el hotel, pero quizás nunca llega. ¿Si me quiere dejar plantada como si fuera una venganza porque lo dejé? No, no creo. Podrá ser infiel, pero no vengativo. Decido ir caminando hasta casa, está un poco lejos, pero necesito pensar y aclarar mis ideas.

Luego de hacer tres cuadras, suena una bocina. Cierro los ojos y hago de cuenta que no lo escuché, pero insiste. El auto de David aparece cuando miro de reojo y suspiro, voy a tener que subirme para no quedar mal. Mejor hacer las paces con él o por lo menos tratar de mejorar nuestra relación.

—Te llevo —dice a través del vidrio. Asiento con la cabeza y entro al coche con mucha fuerza de voluntad—. Marisa, quiero expresar que admito que estuve mal intentando cambiar tu historia sin tu consentimiento, esta vez quiero pedirte permiso para comprar los derechos y modificarla —agrega. Me atraganto con mi propia saliva—. O por lo menos, una parte de los derechos... Quizás sería para una segunda parte o un remake. 

Ni siquiera sabemos si va a tener éxito y ya está pensando en una segunda parte. Me suena un poco extraño. 

—Voy a pensarlo —replico esbozando una sonrisa de labios apretados. Aunque desde ya que es un "no" definitivo—. Es una decisión muy importante, no puedo contestarte ahora.

—Entiendo... entonces, cuando tengas la respuesta, no dudes en llamarme —manifiesta estacionando en la puerta de mi edificio.

—Claro, gracias por traerme —expreso antes de salir corriendo del auto.

Sigo llamando a Abel mientras subo las escaleras hasta mi piso, pero no hay respuesta. Ahora el tono suena como si estuviera apagado o no tuviera señal. ¿Qué le pasa? Estoy segura de que está jugando conmigo, no puede ser todo tan casual.

Ahora no solo tengo que pensar en si ir a la fiesta de Roxana, encontrarme con Abel, vigilar a Alejandro, sino que también le agrego la oferta de David. Esto es un desastre, mi cabeza va a estallar.

Como esta situación me preocupa mucho, decido volver a llamar a Eduardo para que me dé alguno de sus —malos— consejos.

¿Y ahora qué pasó? —inquiere ni bien atiende.

—Tengo un problema. Roxana me invitó a su fiesta de despedida de soltera justo esta noche porque Abel no va a estar en su casa con la excusa de que tiene una reunión de trabajo. Si no voy, es probable que sospeche de que algo pasa entre su prometido y yo. Si voy, lo dejo plantado a él. Estoy llamándolo para avisarle que voy a llegar tarde, pero no me atiende y no sé qué hacer —digo a toda velocidad. Suelta una carcajada y suspira.

¿Cómo no vas a saber qué hacer, Maru? ¡Tenés que encontrarte con Abel! Roxana no es tu amiga, es raro que te invite a su fiesta...

—Es que yo creo que sospecha que algo va a pasar entre Abel y yo, por eso me invita.

Ajá, ¿y qué? —me interrumpe—. Marisita, me parece que en esto es obvio lo que tenés que hacer. ¿No querés saber la versión de Abel?

Resoplo y me quedo pensando. Quizás soy yo misma la que está dando mil vueltas porque tengo miedo de escuchar la verdad, por eso es que tengo tanto miedo e invento cosas de las que no debería dudar.

—Tenés razón —termino diciendo—. Voy a ir a ver a Abel y punto, no me importa lo que Roxana piense. Además, no vamos a hacer nada malo, solo hablar.

Mi amigo tose para ocultar una risa y pongo los ojos en blanco.

Reina, me está esperando Milo, pero mañana voy y me contás cómo te fue. ¡Mucha suerte! Y no te hagas la cabeza, Roxana no se va a enterar de que te vas a ver con su novio, y seguro que no le va a importar que no estés en su fiesta, ¿sí? ¡No es tu amiga! —expresa con tono suave para inspirarme seguridad.

—Sí, ojalá salga todo bien —replico.

Luego de colgar pienso en una buena excusa para sonar creíble y decirle a la actriz que no voy a ir su casa. No es que necesite darle explicaciones, es solo para hacer una coartada en caso de que sospeche algo.

Le escribo un mensaje diciendo que no voy a poder ir porque me duele la cabeza y voy a descansar y respiro hondo, como si estuviera aliviada. Al fin pude decir que no a algo, aunque me costó. Ella solo me responde que me recupere y me manda saludos, supongo que mi amigo tenía razón, quizás solo me invitó a su fiesta por cortesía y no porque le interesaba que fuera.

Solucionado ese asunto, me doy cuenta de que solo tengo dos horas para prepararme antes de mi encuentro con Abel. Es hora de saber la verdad. 

La boda de mi exDonde viven las historias. Descúbrelo ahora