Capítulo 7: Nada puede malir sal

6.5K 584 91
                                    

Entramos a su piso. Es espacioso, todo de blanco brillante, incluso puedo verme como si hubiera un espejo en el suelo. Ojalá yo tuviera esta limpieza en mi casa.

Roxana sale de lo que supongo es la cocina, con el pelo atado en un rodete y un delantal de cocinera floreado.

—¡Hola, Maru! Muchísimas gracias por venir —me dice con una sonrisa de oreja a oreja.

—Gracias por invitarme —expreso intentando no sonar incómoda.

¿Sería esta mi vida si fuera yo la prometida de Abel? Lo dudo, yo sé que no le gustan este tipo de casas y que probablemente se mudó porque ella se lo pidió, él es así. Me doy una cachetada mental para dejar de pensar en esas cosas. No tengo que pensar en qué podría haber pasado si yo estuviera en el lugar de Roxana.

—Estoy haciendo una dieta baja en carbohidratos, así que estoy cocinando carne al horno con ensalada y huevo, ¿te gusta? —me dice ella llamando mi atención, ya que me distraje mirando algunos premios que tienen en una vitrina.

—Sí, está bien, no tengo problema —contesto. Ambos me hacen un gesto para que me siente y lo hago sin mirar, llevándome un susto de la vida al escuchar un aullido de dolor—. Ay, perdón, no lo vi —comento observando al pequeño labrador que duerme sobre la silla.

—Ja, no te preocupes, siempre pasa —dice Abel y me señala otro lugar—. Sentate acá.

Nos quedamos en silencio mientras Roxana termina de cocinar, ni siquiera nos miramos, nuestra incomodidad es tanta que el ambiente se siente tenso.

—¡Listo! —exclama ella llegando con una fuente llena de carne y le pide a su prometido que la ayude a poner la ensalada sobre la mesa.

Yo, en un intento de hacer algo, me dirijo a la cocina para agarrar cubiertos y ayudar a ponerlos pero tomo tan mal un cuchillo que termino cortándome. Chasqueo la lengua ya que la herida no para de sangrar y ni siquiera sé dónde están las servilletas de papel. No puedo creer que un maldito cuchillo con serrucho tenga tanto filo, me corté demasiado profundo. Pongo el dedo bajo el agua, pero al sacarlo, sigue sangrando.

—Mierda —mascullo.

Mi ex entra y frunce el ceño al verme con el dedo ensangrentado.

—¿Qué te pasó? —cuestiona sacando un trapo de un cajón y toma mi mano con suavidad para limpiar y envolver mi dedo con eso.

—Me corté —susurro sin aliento. Está demasiado cerca, y sus ojos negros se clavan en los míos con intensidad hasta que los aparto y me alejo de él.

—¿En serio? —inquiere con obviedad—. ¿Pero cómo?

—Con el cuchillo —replico con el mismo tono irónico que él empleó. Bufa y su novia entra a la cocina.

—¿Qué pasó, Maru? —inquiere al ver mi dedo.

—Me corté —repito en respuesta—. Agarré el cuchillo para llevarlo a la mesa y... bueno, pasó esto. Pero estoy bien.

—Qué mal, me suele pasar seguido. Es que son nuevos. —Suelta una risa—. Vamos a comer, ya está servida la comida.

Volvemos al comedor y esta vez me fijo que no esté el perro sobre la silla, así me siento con tranquilidad. Abel es el primero en llevar la comida a su boca y hace una cara extraña antes de tomar un trago de jugo.

—Te pasaste con la sal, Ro —comenta arrugando la nariz.

—¡No me digas! —contesta la interpelada probando la carne, la cual traga con dificultad—. Ay, sí, perdón... ¡no comas, Maru!

La boda de mi exDonde viven las historias. Descúbrelo ahora