Capítulo 39: La vida misma

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Eduardo se mueve intranquilo mientras esperamos a que el médico nos avise si Barbie ya tuvo a su bebé, está tan nervioso que parece el padre.

Alejandro está cruzado de brazos, con la mirada perdida y expresión aburrida. Me mira y suspira.

—Bueno, me quedé con hambre. Yo pensé que iba a haber fiesta después de la boda, pero... —comienza a decir—. En fin, esto es la vida misma. Una pareja se termina, probablemente alguna persona está muriendo en este mismo hospital donde está naciendo un bebé, alguien come mientras yo muero de hambre.

Lo observo con extrañeza y no puedo evitar sonreír por lo último. Él me devuelve el gesto y me abraza por los hombros.

—Solo quería hacerte sonreír —murmura.

—¿Por qué sos tan bueno de repente? —interrogo.

—Siempre fui bueno, preciosa, pero vos siempre me viste como el malo de la película. Quiero confesarte una cosa... y no sé si vas a creerme, pero es la verdad. —Deja un silencio misterioso antes de proseguir—. Yo sabía los planes de Roxana, si yo no te robaba los papeles primero, ella te los terminaría robando y hubiera sido mucho peor.

—Ja, qué bien —digo con tono irónico—. No me robó a mí, pero sí a vos.

—Con la diferencia de que yo nunca le di los originales. —Arquea una ceja y esboza una sonrisa socarrona.

—¿Cómo?

—Todavía los tengo en casa.

—No, yo tengo los originales, Alejandro. ¿Qué me estás diciendo?

—Familiares de la señora Bárbara —dice un médico, interrumpiendo nuestra conversación. Me pongo de pie de inmediato y me acerco al hombre, pero le hago un gesto al rubio para que no se le ocurra irse, tenemos que terminar de hablar—. ¿Usted es familiar? —Se queda pensativo.

—Soy la madrina del bebé —expreso. Él esboza una amplia sonrisa. 

—Felicidades. Pueden pasar a verla, tienen diez minutos.

—Entrá vos, yo ya vengo —me dice Eduardo antes de salir corriendo. El actor me hace un gesto para que entre sola, cosa que hago.

—Es hermosa —susurro mientras tomo en brazos a la bebé. Mi amiga sonríe con emoción y asiente con la cabeza.

Es increíble cómo algo tan pequeño puede llenarte el corazón de amor. Acaricio sus mejillas y su pequeña cabecita mientras la arrullo. Está durmiendo plácidamente, como si aún estuviera en la panza de su madre, así que la pongo en su cuna con suavidad para que no se despierte.

—¿Te dolió mucho? —pregunto en voz baja.

—No, solo las contracciones. Estaba tan concentrada en que saliera de una vez, que no sentí nada más —contesta. Me hace un gesto para que me siente a su lado y toma mi mano—. ¿Qué pasó en el casamiento? ¿Abel pudo hablar?

Hago un gesto negativo y trato de contener las lágrimas. Creo que voy a tener que tomar más agua, porque de tanto llanto siento que voy a deshidratarme.

—No, él no habló. Creo que iba a hacerlo, al menos abrió la boca, pero Eduardo montó todo un show con unos policías truchos e interrumpieron todo —contesto—. De todos modos, si él iba a hablar, tardó mucho, como que no estaba muy seguro de dejarla. Así que... creo que ya está, Barbie. Mañana voy a volver a casa. Ni siquiera quiero escucharlo porque sé que me va a decir alguna excusa tonta del porqué no habló, y la verdad es que estoy cansada. No veo la hora de llegar a mi departamento y tirarme a mi cama, también necesito abrazar a mis padres.

La boda de mi exDonde viven las historias. Descúbrelo ahora