Desde pequeña Isla tuvo una sola pasión, cocinar.
Al terminar sus estudios y convertirse en chef decide irse de Argentina para probar suerte en Nueva York con un objetivo en mente, ser una de las cocineras más reconocidas a nivel mundial. Y está dis...
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El sanatorio se levanta imponente frente a mí. No se nota que son tan grandes hasta que te paras en la puerta de uno y miras hacia arriba. Blancos, limpios, muy fríos y definitivamente demasiado iluminados. Los hospitales no son lo mío.
Aprieto la mano de Dominic quien me devuelve el agarre con fuerza.
—Tranquila, estamos juntos en esto.
—¿Estás seguro que estamos en el lugar correcto?
—Sí, esta es la dirección que me pasaron.
Hoy a la mañana, antes de la visita de Piero al restaurante, Dom me habló sobre algo que se conoce como "sesiones de emergencia". No estaba familiarizada con el término y, a decir verdad, el tampoco, hasta que una compañera de su trabajo tuvo que asistir luego de perder un embarazo. Se trata de una psicóloga que te acompaña en pocas sesiones, puede ser incluso una sola vez, siendo el máximo cinco visitas. La idea es tratar un tema puntual que esté molestando o afectando en ese momento y ser dado de alta.
—Ni siquiera creo necesitarlo— comento dando unos pasos hacia atrás sin darme cuenta.
—Isla, tuviste una crisis nerviosa y renunciaste al trabajo de tus sueños. Yo sí creo que lo necesitas— contesta mi amigo con su mano en mi espalda baja devolviéndome hacia adelante.
—¡No fue solo por lo que pasó en la fiesta!
—Ya lo sé, nadie dice eso— intenta tranquilizarme—, solo opino que tampoco va a estar de más desahogarte un poco con un profesional. Tal vez solo es una sesión. Y yo te voy a esperar justo del otro lado de la puerta.
—¿Espiando?
—Por supuesto que no— se defiende luego de una carcajada—. No es mi estilo. Aunque si te toca una terapeuta bonita tal vez entre al consultorio a pedirle su número.
—Estúpido— le reprocho golpeando su hombro—, no te olvides lo que te dije de la sopa de testículos. Yo siempre cumplo con mi palabra.
—Solo es broma— se defiende con las manos en alto—. Para ser honesto tu pequeña amiga rubia me tiene comiendo de la palma de su mano. Se siente extraño.
La conversación divertida logra distraerme e ingresamos al hospital entre risas y bromas. Cuando llegamos al piso correcto ni siquiera entiendo cómo llegué y algo me dice que Dom usó su humor para despistar mi atención y hacerme entrar de una vez.
Tomamos asiento en una diminuta sala de espera con tres asientos, una mesa llena de revistas del siglo pasado cuyas tapas ya están por perder el color, una planta en una de las esquinas que necesita ser regada con urgencia y una máquina de café.
Justo cuando escucho mi apellido ser llamado para entrar Dom vuelve a sentarse con dos vasos descartables llenos de café hirviendo y le hago un gesto con la cabeza para que no se preocupe y tome el suyo tranquilo.