Capítulo 19

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Pasaron cinco días desde mi cena con Piero Vitale

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Pasaron cinco días desde mi cena con Piero Vitale. Cinco días sin ir al restaurante, ciento veinte horas sin pisar una cocina, siete mil doscientos minutos sin ver al chef Gautier.

De nuevo estoy tirada en mi cama con la manta subida hasta mi nariz encontrando formas en los dibujos que hacen las vetas de las maderas de mi techo. Por supuesto que no es divertido, pero no tengo ganas de hacer otra cosa.

—Ah, eso podría ser un conejo— susurro para mí misma entrecerrando los ojos clavados hacia arriba.

Los golpes fuertes que da Dominic en mi puerta me distraen y cubro mi cabeza del todo para esconderme porque sé que viene a hacer lo mismo de estos últimos días, retarme y obligarme a salir.

—¡No hay nadie! —grito sin sentido ya que escucho al instante como se abre la puerta.

Percibo las zancadas de mi amigo en el piso y cómo rápidamente llega hasta mí y me destapa por completo para luego levantar las cortinas dejando entrar la luz del sol que me ciega levemente.

—¿Qué dije? —le reprocho molesta y cubriéndome los ojos con las dos manos.

—Dijiste que no había nadie, sí. Como los últimos cinco días. Pero, ¿sabes qué? Eso es un poco difícil porque no mueves tu culo de la cama en todo el día—toma asiento en la cama al lado mío—. ¿Hace cuánto no te bañas? — bromea frunciendo su nariz.

—¡Me bañé ayer, tonto!

Dom se carcajea cuando lo golpeo en la cara con mi almohada, de inmediato la toma y me devuelve el golpe tumbándome de nuevo contra el colchón. Suelo subestimar la fuerza de mi amigo.

—Isla, es hora de levantarse y salir, vamos. Entiendo que estás triste, pero no puedo verte tirada así, me duele.

—Acá me encuentro muy bien, gracias— contesto con la cara cubierta con la almohada por lo que mi voz sale algo ahogada.

—Si no me pagas el alquiler te voy a echar del departamento— sentencia serio logrando que me levante de un respingo y lo mire ofendida.

—¡No serías capaz!

—Si es lo que se necesita para que levantes tu hermoso trasero y salgas al exterior a hablar con otros seres humanos y dejes de estar tirada y depresiva entonces sí, soy muy capaz.

—Dom...

Quiero seguir hablando, sin embargo, la angustia se aloja en mi garganta impidiendo el paso de las palabras. Siento ganas de gritar y patalear, aunque solo consigo perder un par de lágrimas por las comisuras de mis ojos y apretar las sábanas con fuerza.

—Lo sé, pequeña, lo sé—mi compañero de piso toma mi maño y dibuja pequeños círculos en la misma con su pulgar—. A veces la vida es una mierda, pero la Isla que conozco no es ésta. La verdadera Isla diría, "sí, la cagué y ahora es hora de levantarse, sacudirse el polvo de las rodillas y seguir pateando traseros".

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