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Aquello hizo parpadear de la sorpresa a Sophia. Tenía una voz gruesa, pero clara. Y aquel nombre lleno de vocales repetidas sería, como bien le había dicho, muy difícil de recordar. Aquella situación cada vez se tornaba más extraña, pensó.

—Agorén, bien... ¿Qué nombre es? ¿Es indígena?

—No.

—Vaya, hombre de pocas palabras... yo me llamo Sophia, Sophia Cornell. Gracias por haberme ayudado —dijo, y le extendió la mano. Agorén se quedo mirándola con expresión de no comprender lo que hacía, entonces ella le hizo un gesto—. Adelante, solo estréchala.

Con dudas, aquel hombre acercó trémulamente la mano, y Sophia se la tomó asintiendo con la cabeza. Tenía la piel muy fría, pensó.

—¿Ves? No hay nada de malo —le dijo.

—No —volvió a repetir.

—Bueno, ¿y cómo me encontraste?

—Estaba cazando, y oí los quejidos de alguien. Te encontré en una fosa, en la montaña que ustedes llaman Assiniboine.

¿Aquel hombre había dicho que estaba cazando? ¿Y había dicho "ustedes"? no puede ser, se dijo. Sin embargo, intentó disimular la sorpresa con una sonrisa.

—Gracias, si no me hubieras escuchado no sé que hubiera pasado conmigo.

—Habrías muerto, en cuanto la temperatura de tu cuerpo hubiera descendido a treinta y cinco grados.

Hablaba de forma muy mecánica, como si estuviera analizando cada palabra antes de decirla, observó. Quizá solamente era por los nervios, tal vez él estaba tan nervioso y asustado como ella, ya que parecía ser un tipo que jamás había vivido en sociedad. ¿Sería un nativo de alguna raza o tribu aún desconocida? Se preguntó.

—Oye, realmente me da curiosidad todo esto. Supongo que eres un habitante de alguna tribu, o qué se yo... realmente no quiero ofenderte, pero me gustaría saber donde estamos —le dijo.

—A cuarenta y dos kilómetros del lugar donde te encontré.

—¿Cuarenta y dos kilómetros? ¿Y cómo llegué aquí?

—Te cargué.

Sophia lo miró con expresión incrédula. Sabía bien que no era una chica obesa, pero sí era bastante rellenita. Por mucho músculo que aquel tipo tuviera, ¿realmente estaba diciéndole que la había cargado durante cuarenta y dos kilómetros de terreno montañoso hasta esa cueva? No era cierto, se dijo. Debía estar tomándole del pelo o algo así. Sin embargo, prefirió no decírselo, al menos hasta que pudiera salir de allí. No sabía cuales eran sus intenciones finales con ella, y tampoco quería correr el riesgo de ofenderlo.

—Está bien... —murmuró. —¿Y eres de alguna tribu de por aquí?

—No.

—Bueno, ¿y de donde eres?

—Eso no importa. En cuanto recuperes fuerzas, te llevaré al poblado más cercano que encuentre, te dejaré de nuevo con tu civilización, y no volveremos a vernos.

—¿Qué? Pero... —Sophia realmente no entendía nada. —¿Cómo que no importa? Claro que importa, me gustaría saber la procedencia del hombre que me rescató de morir congelada.

—No. Se me prohíbe decirlo.

Sophia suspiró.

—Escucha, Agorém...

—Agorén. Con ene.

—Sí, eso. Lo siento. ¿De qué importa que no puedas decirlo? De todas maneras, bien lo dijiste, no volveremos a vernos y asunto arreglado. ¿Quién no te permite decirlo? ¿La CIA? ¿Gobierno ruso? Tienes pinta a soldado de élite.

—¿CIA? ¿Qué es eso?

—¿De verdad no sabes...? —comenzó a preguntar, y luego negó con la cabeza. —Vale, no importa, solo respóndeme eso. Si no volveremos a vernos, ¿cual es el problema de que me puedas decir de donde eres? ¿En qué te afecta?

Agorén pareció meditar en esta cuestión unos momentos, y entonces asintió.

—Vengo de Negumak.

—¿Negumak? ¿Qué es eso? ¿Una tribu de por aquí?

Como toda respuesta, negó con la cabeza. Entonces levantó el índice, y señaló hacia arriba.

—Negumak es un planeta de diez veces el tamaño de la Tierra, en el sistema Negu de Orión, lo que ustedes llaman Altak ochocientos veinte a ele. Somos una raza de vigilantes del Concejo de los Cinco.

Sophia lo miró sin comprender, y entonces negó con la cabeza. Nada de lo que estaba diciendo tenía el mínimo sentido.

—Imagino que estás bromeando conmigo —le dijo.

Como toda respuesta, Agorén la miró, extendió su brazo derecho frente a ella, y entonces algo increíble ocurrió. Desde la punta de los dedos, hasta completar todo el brazo, el hombro, el cuello y parte de la mitad de la cara, su aspecto en esa zona comenzó a cambiar como un camaleón mimetizándose con el entorno. Su mano tenía tres largos dedos, sin uñas, y la piel parecía áspera, como la de las tortugas o los lagartos, escamosa y con un ligero tono amarronado. El cráneo era alargado hacia atrás y hacia arriba, sus ojos ovalados y completamente negros, sin parpados. En la frente tenía lo que a simple vista podía parecer un tercer ojo, de color azul verdoso que se abría y se cerraba.

La chica de los dos mundosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora