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Anveeyaa sentía que ardía de la rabia, aunque no supiera con exactitud lo que estaba sintiendo. No entendía lo que estaban haciendo, por qué esa estúpida y primitiva humana se movía encima de él, por qué Agorén no parecía molestarse por ello, y por qué se habían hecho mutuamente la marca en privado, y no en medio de la ceremonia como durante milenios había sido tradición. Aquello era completamente inadmisible, pensó. Ver a la distancia como al fin ella se apartaba de encima de su cuerpo, le inspiraba un brutal deseo asesino. No pudo evitar recordar entonces que ni siquiera cuando eran jóvenes briosos, y entrenaba junto a Agorén, había sucedido tal cosa entre ellos. ¿Sería alguna especie de juego o ritual humano? No lo sabía. Lo único que tenia en claro era que jamás la aceptaría como un miembro de las Yoaeebuii. Jamás sería una Negumakiana, tan solo era una intrusa en un mundo que no le pertenecía.

—Veo que nuestra amiga va haciendo muchos progresos. Se hizo la marca, y Agorén se hizo la marca por ella, es más que claro —dijo alguien a su espalda, una voz grave y profunda, temeraria. Anveeyaa se giró sobre sus pies, y allí vio a Lonak, con su túnica negra y las manos a la espalda, mirándo por encima de su hombro hacia la orilla del lago. La expresión de su rostro no era sombría, como la de ella, sino que estaba indiferente. Anveeyaa entonces se giró dándole la espalda a la pradera verde desde donde observaba, atravesó la Puerta Blanca saludando a los guardias, y caminó hacia el poblado con los puños apretados. Lonak la siguió, detrás.

—Es inconcebible. Agorén es un tonto, ¡jamás la aceptaré como un miembro legítimo de nuestros ejércitos! —exclamó.

—Sabes bien que la marca es sagrada. Todo aquel que se marque es un miembro perpetuo de las Yoaeebuii hasta que muera en combate o haya cambiado hasta cinco veces de cuerpo. ¿Pero qué pasa si muere en combate? Ella es una humana, no tiene la fuerza que tenemos nosotros, ni la rapidez o mucho menos la agilidad. No tiene el cuerpo adecuado para ello.

—No creo que Woa nos brinde semejante suerte de bendición —masculló ella, entre dientes. Lonak se acercó rápidamente, apoyándole una mano en el hombro, lo cual la hizo detenerse en medio del solitario camino empedrado.

—Pero eso puede hacerse, querida. Sería muy sencillo para alguien con tu entrenamiento en combate. Tan solo un golpe certero de tu daga y el problema estará resuelto. Entonces luego nos ocuparemos del rey Ivoleen, quien le permitió a esa sucia humana convivir con nosotros, y no castigó a Agorén como debía por traerla aquí —le susurró en el oído. Anveeyaa se retiró ligeramente, mirándolo como si le hubiera insultado de alguna forma.

—¿Ocuparse del rey Ivoleen? ¡Hablas de matarlo!

—Claro que sí. Se ha vuelto débil, al igual que Agorén. Y alguien debe hacer algo al respecto.

—Lo que estás sugiriendo es alta traición, Lonak. Solo por murmurar semejante cosa serías despojado de tus títulos y ejecutado, lo sabes bien.

—Lo que estoy sugiriendo es volver a tomar el control de Utaraa, un control que Ivoleen ha perdido, y devolverle a nuestro pueblo parte de su gloria —se giró hacia ella y la miró fijamente, su expresión era gélida como el hielo, y la cicatriz en su rostro lo hacía parecer aún más inexpresivo, ya que apenas se le movía al hablar—. No se trata de nosotros, se trata de nuestro pueblo, de nuestra ley. Durante milenios hemos ayudado a razas más débiles, nunca hemos interactuado con ninguna de ellas, y el equilibrio jamás se quebrantó, hasta ahora. Es la primera vez en la historia de Negumak en que nos involucramos con una raza inferior, ¡y mira lo que está pasando! ¡Quiere ser como nosotros, está apoderándose de nuestra cultura y nuestras tradiciones! Y también se está apoderando de Agorén, por si no lo has notado, querida Anveeyaa.

Lo miró como si la hubiera insultado de alguna forma, y entonces frunció el ceño, confundida.

—¿Cómo sabes tal cosa? —le preguntó.

—A diferencia de ti, de Agorén, o de cualquiera en esta ciudad, he visto mucho del ser humano como para saber reconocer ciertos sentimientos, he vigilado su raza, he sido explorador en superficie ¿Cuántos soles? ¿Cincuenta o sesenta? Tal vez más. Lo que ellos hacían era una forma de intimidad, y aunque no puedan reproducirse como tal, cierto es que nada les impide disfrutar mutuamente del placer de sus cuerpos. Agorén está comenzando a entender y aceptar esto, y tú estás muerta de envidia, porque siempre le has querido en silencio y aún no sabes reconocerlo, ¿no es así? —le preguntó. —Has entrenado junto a él desde muy temprano en tu vida, han crecido juntos, y jamás has podido tocarlo como quisieras. Sueñas día a día con el momento en que Agorén te proponga ser su compañera de vida, pero resulta que ha encontrado una humana por el camino, y esa humana te arrebató la oportunidad. Siempre has sentido amor real hacia él, pero nunca te habías dado cuenta hasta ahora, al ver como Agorén se aleja cada vez más de ti.

—Mientes —dijo Anveeyaa. Pero lo cierto era que la voz le temblaba, Lonak tenía razón. Antes pasaban juntos todo el tiempo, entrenando, planeando estrategias de combate, comiendo y bebiendo, o nadando en el lago de aguas termales. Ese lago que ahora le había usurpado la maldita humana, se dijo.

—Tú sabes que no miento, Anveeyaa. Lo sientes dentro de ti, aunque no sepas reconocer lo que te sucede. Te duele algo, muy profundo, aquí —se golpeó con el puño el centro del pecho—. Alguien debe hacer algo para frenar esta locura, y nadie mejor que tú.

—Claro, me incitas a mi a que asesine a la humana, pero mientras tanto, ¿tú qué harás? ¿Te cruzarás de brazos viendo como hago el trabajo sucio por ti?

—En absoluto, yo mientras tanto me ocuparé de Ivoleen, pero todo a su tiempo. Aún el grupo de reconocimiento no ha regresado, en cuanto lo haga yo comenzaré a actuar —entonces se acercó a ella, y le acarició el cabello trenzado que le caía por los hombros—. Y cuando hayamos restaurado el orden en Utaraa, entonces te haré reina, junto a mi.

Anveeyaa bajó la mirada hacia sus pies descalzos. No ansiaba el poder, ni un título. Tan solo quería vivir con Agorén de la misma forma que vivía la humana, tan íntimamente cerca como fuera posible. Entonces dio un suspiro, y levantó la cabeza.

—Lo haré —dijo—. Aunque al hacerlo, lastimaré a Agorén. No me perdonará si la asesino.

—Es posible, sí. Pero recuerda que somos una raza que se rige por ciertas normas, y dentro de esas normas, es nuestra obligación hacer todo lo posible por preservar el orden tanto entre nosotros como en la interacción con las demás razas. Agorén debe entenderlo más tarde o más temprano.

—¿Cómo lo hare? —preguntó.

—Mantén a la humana vigilada. No podrás matarla dentro de la ciudad porque habría demasiados testigos, y ahora que está marcada es un miembro de honor de las Yoaeebuii, por lo que irías a juicio y quizá te ejecuten —explicó Lonak—. Sin embargo, hay veces en que va al lago a nadar sola, y puedes aprovechar esto a tu favor. Sin nadie que testifique lo que sucedió realmente, puedes decir que has querido acompañarla a nadar, pero ella te atacó y has tenido que defenderte. Agorén mismo la ha entrenado, por lo tanto, podemos utilizar eso como una excusa valida. Yo te apoyaré en tu declaración, y no tendrás ninguna culpabilidad en todo esto.

—De acuerdo —asintió ella con la cabeza. Lonak entonces le acarició una mejilla, y esbozó una ligera sonrisa, torciendo la cicatriz que surcaba su rostro.

—Vamos a reescribir la historia de Utaraa, tú y yo juntos, nadie más —le dijo. 

La chica de los dos mundosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora