CAPÍTULO CUATRO - MORIR PARA NACER

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La tierra temblaba ante el despliegue de fuerzas, porque no solo se preparaban las naves y los transportadores de Utaraa para salir a la superficie a defender el planeta, sino que también lo hacían todas las tropas Sitchín que había a kilómetros a su alrededor. Sophia bajó su arco, y miró a Agorén con los ojos llenitos de lágrimas.

—Dios mío, ha comenzado... —le murmuró. Fue en aquel momento en que él pareció volver a la realidad. Los generales lo soltaron, y recogió su espada del suelo.

—Lleven a Lonak a los calabozos, ya me ocuparé de él —ordenó. Luego miró a uno de los generales en particular—. Ve a los hangares, prepara los transportadores y las naves de combate, vamos a salir allí arriba con todo lo que tengamos.

Mientras tres generales tomaban de los brazos a Lonak para llevárselo, Sophia miró a Agorén, y le tomó una mano.

—Debemos vencer, como sea, pero debemos hacerlo. Esto no puede terminarse aquí, lo sabes, ¿verdad? —le dijo.

—Claro que lo sé, y así se hará. Vamos a los hangares, necesitarás más flechas.

Corrieron juntos atravesando la ciudad, esquivando los cadáveres esparcidos por el suelo. Al llegar a los hangares, Sophia vio como las naves de combate que ya conocía cargaban tropas Yoaeebuii a granel, todos preparados para defender el planeta Tierra a como diese lugar. Sophia fue directo hacia la armería, ya conocía el camino, tomó un carcaj nuevo y recargó el que ya tenía, llenándolo de flechas. Al salir, vio que Agorén dirigía un ejercito hacia otra nave, y entonces trotó hacia él.

—¿Qué va a pasar ahora? —le preguntó. —¿Qué está pasando allá arriba?

—Los Sitchín habrán comenzado a atacar las ciudades humanas, tanto por tierra como por aire. Supongo que los ejércitos terrestres habrán desplegado sus fuerzas para intentar hacer lo posible, aunque no sé que tanto puedan resistir —explicó—. Supongo que en unas pocas horas las pequeñas y medianas ciudades del planeta habrán caído. La última resistencia seremos nosotros, allí arriba va a ser un caos.

—De acuerdo, estoy lista.

Agorén la miró, y aún en medio del infierno más absoluto, se acercó a ella y le dio dos besos, uno en la frente, otro en los labios, mientras su cabello rubio y largo le provocaba a Sophia cosquillas en la punta de su nariz.

—Eres lo único que me importa en todo esto. No mueras.

—Tú tampoco —le respondió, llena de amor.

Y juntos emprendieron el camino hacia la nave de combate, en loca carrera. 

*****

Mientras tanto, Lonak era conducido a las mazmorras bajo tierra, mientras sentía el temblor de la misma bajo sus pies, y los gritos de la algarabía previa al combate, en la superficie. Los generales que le sostenían al caminar eran hábiles luchando, lo sabía, pero no eran mejor que él, ni tampoco tenían su físico. Eran musculosos, sí, pero no creía tener problema en derrotarlos si era necesario. Entonces, cuando estaban a punto de llegar a una de las celdas de piedra, habló.

—¿En verdad van a hacer esto? Ni siquiera saben lo que pasó, Agorén solo me acusó sin ningún tipo de consideración, esto no tiene sentido.

—Cállate, Lonak —dijo uno de ellos. Él sonrió.

—Está bien, como prefieran entonces...

De forma repentina, cambió la forma de sus patas para tener más impulso, y utilizando al Negumakiano que lo sujetaba por la izquierda, arremetió contra la pared de piedra a su lado. Al ser tomado por sorpresa, este ni siquiera tuvo tiempo de oponer resistencia, por lo que el impacto fue duro y el golpe en el costado de su cabeza aún más. Se desplomó al suelo, inconsciente y sangrando, y Lonak le quitó la espada con agilidad y destreza. Los otros dos generales también desenvainaron sus armas, pero Lonak se cubrió de los ataques con eficiencia. El sonido al choque del extraño metal con el que estaban conformadas hacía eco dentro de las mazmorras, y los movimientos de combate eran rápidos y tremendos. Sin embargo, no era fácil vencer a Lonak.

Atacaron ambos generales a la vez, Lonak interceptó sus estocadas con la espada, y de un golpe de su pata derecha, derrumbó a uno de ellos pateándole el pie de apoyo. El general cayó de espalda al suelo, y Lonak, esquivando el ataque del segundo hacia un lado, aprovechó aquel movimiento para atravesarle el pecho al Negumakiano en el suelo. Finalmente, giró sobre sus pies y de un rápido tajo, le cercenó las piernas al general que aún se mantenía en pie. Este se desplomó al suelo, sangrando y gritando, mientras Lonak se erguía girando con maestría la espada en sus manos. Por último, lo ejecutó apuñalándole el cráneo.

—Les dije que esto no tenía ningún sentido... —murmuró.

Se giró sobre sus pies por el solitario pasillo, y comenzó a correr dejando atrás los cadáveres de los tres generales, que aún sangraban en silencio. Necesitaba llegar hacia un transportador para salir a la superficie, donde la invasión comenzaba. No quería formar parte de la salvación de este planeta ayudando en la lucha, en absoluto. Sus planes eran otros, totalmente distintos. Si ya había acabado con un rey, no sería problema acabar con el siguiente. 

La chica de los dos mundosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora