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Al día siguiente, volvieron a practicar con el arco y la flecha, en el mismo árbol a la orilla del lago. Sophia se había despertado mucho más motivada que el día anterior, tal vez por reconocer un atisbo de sentimentalismo en Agorén, o porque había tenido una hermosa noche de descanso, arrullada por los sueños de romance que había tenido. Sueños donde ella y Agorén recorrían sitios de Utaraa que aún no conocía, deteniéndose en cada fuente de agua, debajo de cada antorcha a su paso, para comerse la boca a besos. Y aunque sea por unas breves horas le había tenido cerca, de forma íntima y complaciente para ella sola, aún a expensas de saber que algo así era casi imposible de que ocurriera en la realidad.

La verdad era que no lo sabía a ciencia cierta, por el momento solo tenía la impresión de que las cosas comenzaban a fluir de otra manera. ¿Pero qué cosas? Se preguntaba mientras disparaba flechas, y de fondo en su cerebro, como si fuera una especie de ruido blanco, podía notar la voz de Agorén dándole las indicaciones de siempre. Cosas, sentimientos, emociones, palabras, se respondió. Y al pensar aquello, no pudo evitar sonreír por la ironía: estaba intentando humanizar a una entidad biológica extraterrestre, proveniente de una civilización con cientos de miles de años de desarrollo físico y psíquico, lo cual era el equivalente a que una hormiga le intentara enseñar física cuántica a Einstein. Era absurdo, pero al mismo tiempo también un hermoso reto a tomar. Sentía que Agorén lo valía, y aunque para los ojos de un extraño podía parecer un tanto desesperado de su parte, la verdad era que necesitaba querer a alguien. Necesitaba quererlo a él.

Se tomaron solamente un ratito de descanso, en cuanto Sophia comenzó a sentir un poco de hambre. Agorén marchó de nuevo al pueblo, y volvió rato después con dos cuencos de piedra repletos de aquella papilla blanca con diferentes sabores. Ambos hicieron buena cuenta de su comida, bebieron un poco de agua directamente del lago termal, y prosiguieron con el entrenamiento. Al ver que Sophia comenzaba a adquirir cierta precisión con el arco y la flecha, Agorén comenzó a ponerle ciertos retos, como intentar dispararle a puntos específicos de la madera, grietas o nudos que él veía, a ver que tal acertaba. A Sophia le encantaba aquello, y aunque no acertó en todos los intentos, al menos se divirtió. Al finalizar el día, la luz natural comenzó a descender dando paso a un leve anochecer, y Agorén se ocupó en desclavar las flechas de la madera, bastante agujereada ya, para cerrarlas y devolverlas a su carcaj.

—Vas muy bien, Sophia. Tienes mucho talento —le dijo, luego de desencajar la última. Ella lo miró, con una sonrisa satisfecha.

—Me alegra saber eso —respondió—. ¿Nos podemos quedar aquí un rato?

—Claro, no veo porque no.

Se sentaron a los pies del árbol de prácticas, Agorén con el carcaj y el arco a un lado, Sophia frente a él, con las piernas cruzadas.

—He pensado en no preguntártelo, pero en verdad me intriga saberlo. ¿Cómo le hacen para que amanezca y anochezca todos los días? O sea, técnicamente estamos como a veinte kilómetros o más de la superficie, no hay luz solar —le preguntó, encogiéndose de hombros. Agorén rio.

—Ya me parecía extraño que no me estuvieras preguntando eso —dijo—. Es cierto, nosotros aprovechamos todos los recursos naturales de su planeta para construir nuestros pueblos y nuestros refugios en superficie, o al menos la gran mayoría de ellos. Pero hay otras cuestiones que no podíamos resolver de forma natural, como lo que mencionas acerca de los amaneceres o atardeceres. Es cierto, no vas a ver ponerse el sol en el horizonte del lago —señaló con el índice—, pero lo que hicimos fue construir una maquinaria holográfica que se sincroniza con las horas solares en la superficie. Algo así como una especie de membrana artificial que recubre toda la zona superior de este lugar.

—¿Y con qué fin lo hicieron? ¿Cuestión estética, tal vez?

—No, en absoluto —se rio, por la ocurrencia—. Nosotros somos seres vivientes, como ustedes, y también necesitamos descansar, aunque nuestros ciclos sean más lentos. No podemos vivir en una noche perpetua, se nos alterarían los patrones biológicos de sueño.

La chica de los dos mundosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora