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Sophia no podía creer lo que estaba viendo, su mandíbula decayó un par de centímetros e instintivamente se retiró un par de pasos, con miedo. Entonces, aquel ser volvió a la normalidad, o al menos, a su forma humana.

—No puede ser, no puedo creerlo... —murmuró.

—Hemos tomado esta forma para no asustar a los seres humanos en caso de ser descubiertos. ¿Me temes?

Sophia titubeó antes de hablar.

—No, supongo que no debería... por algo me has salvado, ¿no? Solamente que no puedo creer el hecho de que estoy hablando con un extraterrestre... no tiene lógica, Dios mío... —sin pensarlo, había comenzado a temblar.

—¿Por qué no tiene lógica? Que el ser humano crea que es la única forma de vida inteligente en todo el cosmos, es algo además de absurdo, muy egoísta. No solo no son los únicos, sino que hay millones de razas. La gran mayoría son neutrales o están demasiado lejos para viajar, por lo tanto, ni siquiera saben de su existencia. Otras pocas son hostiles y amorales, y otras, son pacificas y protectoras. Los Negumakianos somos vigilantes, y estamos en su planeta desde hace muchísimo tiempo.

—Estoy alucinando, todo esto parece un sueño sacado de Carl Sagan, no puedo creerlo. ¿Y cómo es que llegaron aquí? ¿Cuánto tiempo hace que están con nosotros? Siento que tengo tantas preguntas que no sé por donde empezar —dijo ella, con una sonrisa y los ojos abiertos de par en par.

Como toda respuesta, Agorén avivó un poco más la pequeña fogata, y se sentó en el suelo. Sophia lo imitó, observando como de la punta de sus cabellos rubios aun seguía goteando un poquito de agua.

—Nosotros fuimos uno de los primeros en visitar su planeta, mucho antes de la era paleozoica. Apenas vimos unas formas de vida muy básicas, simples microorganismos, así que nos fuimos, y volvimos cuando el primer homínido apareció sobre la tierra, lo que ustedes llaman la Edad de piedra.

—Comprendo... —asintió Sophia.

—Los primeros humanos nos trataron como dioses, les enseñamos construcción básica, la agricultura, y un lenguaje que ya está extinto. Sin embargo, vimos que no éramos los únicos visitantes aquí, había grupos de diversos tipos. Visitantes pacíficos, como nosotros, venían para explorar la exuberante diversidad de su naturaleza. Otros, querían extender su dominio a la Tierra para ampliar su influencia estratégica instalando bases. Los más peligrosos codiciaban su recurso más valioso, el humus, para mantener vivos sus mundos esterilizados.

—¿En serio? ¿Había civilizaciones que nos robaban? —Sophia realmente estaba curiosa con todo aquello, y se hallaba en verdad fascinada. Había comenzado aquella aventura con el fin de ponerse a prueba a sí misma, y al final, estaba escuchando una historia maravillosa, siendo participe de quizás el encuentro cercano del tercer tipo más importante de la historia de la humanidad.

—Así es, durante cientos de años se llevaron incontables toneladas de humus.

—Pero, ¿cómo se suponía que podían transportarlo?

—Millones de toneladas de humus y otros recursos, como el agua, fueron drenados y expulsados de la Tierra hace trece mil doscientos años, mediante innumerables tanques de transporte de un solo uso, construidos directamente en el sitio donde extraían el material, salvo la fuente de energía y el reactor que la confina. Transportar todo aquello requería una labor titánica, en tanques giratorios para simular la gravedad, de un kilometro de radio interno y veinte kilómetros de largo.

—Imagino que eso habrá desgastado el planeta, ¿no?

—Sin duda. Fue por eso que mi pueblo intervino, y fue allí donde surgió la idea de formar el Concejo de los Cinco.

La chica de los dos mundosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora