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Al día siguiente, Agorén salió de su casa de piedra en cuanto hubo terminado de desayunar. No iba con armadura, tan solo llevaba su túnica blanca con ribetes dorados, la misma con la que Sophia le había conocido la primera vez. Muchos Negumakianos descansaban, ya que aún era temprano, pero muchos otros paseaban charlando por la plaza del pueblo, bebían sorbos de agua directamente de las fuentes centrales, y charlaban preocupados acerca de todas las noticias que concernían respecto a los Sitchín y las recientes incursiones en sus bases. A decir verdad, Utaraa era un pueblo en el que generalmente no había demasiado que hacer, más que admirar los jardines ornamentales, beber agua de las fuentes, y charlar con otros habitantes.

Caminando por las empedradas calles, se dio cuenta que en realidad sentía mucha melancolía, por el simple hecho de pensar en tener que irse de allí. Le gustaba aquel entorno, le gustaba el planeta como tal, y aunque no había nada que se le comparase al hogar, lo cierto era que le tenía mucho cariño a aquel sitio. Todo aquello, evidentemente, no hizo más que hacerle recordar las palabras del rey Ivoleen la tarde anterior. A decir verdad, no había cesado de pensar en ello durante toda la noche y parte de la mañana, mientras aún desayunaba. Tal vez había otra alternatíva, quizá podría quedarse aquí en la Tierra con Sophia, se repetía una y otra vez. Si no cambiaba de aspecto frente a otros humanos, bien podría mimetizarse y vivir junto a ella en sociedad. Tendría que ocultar sus ojos, eso era lo único malo, ya que por el color se evidenciaba que no era normal como cualquier otra persona. Pero ya buscaría la forma de arreglárselas.

Mientras recorría la plaza central, con las manos a la espalda, vio que a lo lejos Ivoleen salía de su palacio, seguramente dispuesto a llevar adelante sus caminatas diarias. Agorén entonces trotó hasta él, apurando el paso para alcanzarlo.

—Mi señor, buenos días —le saludó.

—Ah, buenos días, Agorén. ¿Cómo está Sophia?

—Supongo que no le debe faltar mucho tiempo para terminar de sanar —le respondió—. De ella quería hablarle, ¿podemos dar una vuelta?

—Claro que sí —asintió el rey.

Emprendieron el rumbo hacia la plaza central, donde una familia de Negumakianos servía una mesa de comida para desayunar, con aquella misteriosa papilla de diferentes sabores y carne blanca. Al pasar a su lado, les ofrecieron tanto a Ivoleen como a Agorén que comieran con ellos, ya que era su costumbre compartir todo, pero ambos rechazaron la propuesta amablemente. Continuaron caminando sin rumbo alguno, llegando minutos después a los verdes prados que bordeaban la ciudad.

—Quiero pedirle disculpas por lo de ayer, señor —dijo Agorén, una vez que estuvieron a solas—. No he parado de pensar en sus palabras, y tiene toda la razón del mundo. La despedida va a ser difícil, mucho peor que la muerte incluso.

—Bueno, me alegra que lo entendieras...

—Por eso he pensado en quedarme aquí, con ella. Podré quedarme con esta apariencia, y no habrá problema. Tendré que camuflar mis ojos de alguna manera, y viviré casi el triple de años que los que ella pueda vivir, pero lo soportaré.

Ivoleen lo miró de reojo, y negó con la cabeza. No lo hizo de forma impaciente o molesta, sino más bien con una leve sonrisa, comprendiendo que Agorén tan solo quería compartir el resto de su vida mortal con ella, y no había maldad alguna en aquel deseo.

—Es noble de tu parte, pero también imposible.

—¿Por qué?

—Por muchas razones que no evaluaste —dijo Ivoleen—. Tu genética es muy diferente a la de ella, y su gente no tiene la medicina que tenemos nosotros. Si enfermas, o algo te ocurre, es cuestión de tiempo para que descubran lo que en verdad eres. La sociedad humana es muy violenta e impredecible. Imagina que un día alguien intenta atacar a Sophia, y tú la defiendes, obviamente. Bastaría que una sola persona viera tu fuerza desmedida, o cualquier cosa de tu aspecto real, para que seas atrapado y exhibido como una aberración. O aún peor, sometido a estudios científicos horribles y torturantes. Serías la primer y única prueba viva de inteligencia extraterrestre luego de que una nave de Grises se estrellara en el cuarenta y siete.

La chica de los dos mundosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora