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En cuanto Agorén salió del palacio, Ivoleen terminó su comida y luego de lavarse las manos, se encaminó hacia el salón de reuniones, mientras que sus acompañantes limpiaban las sobras de la mesa. Al llegar allí, vio a Lonak esperándolo, aún vestido con su armadura de guerra, manchada de sangre reseca ya empercudida por la tierra.

—¡Lonak, que bueno verte! —le saludó. —¿Qué tal te ha ido en la operación de rescate? ¿Pudiste encontrar a los exploradores?

—Por desgracia no, señor. En realidad, sí los encontré, pero no estaban con vida.

—¿Qué sucedió?

—Llegamos a la posición de la última señal recibida, pero allí solamente encontramos la nave estrellada, y rastros de lucha. Inspeccionamos el lugar, intentando buscar algún sobreviviente, pero fuimos emboscados por un ejercito Sitchín de élite. Ellos estaban mejor preparados que nosotros, y nos superaban en número. Intentamos dar pelea tanto como pudimos, pero cuando me dí cuenta que nos aplastarían, tomé la nave y salí huyendo. Alguien tenía que sobrevivir para venir a darle la noticia, señor.

Al escuchar aquello, Ivoleen dio un suspiro, mirando hacia abajo con pesadumbre.

—Que tragedia, una verdadera lástima —dijo—. Tu tropa era un grupo poderoso, te habías llevado varios buenos guerreros. Se notará su ausencia cuando la gran invasión comience, ya que vamos a necesitar toda la ayuda posible.

—Pero nos las arreglaremos, como siempre hemos hecho en cada misión. Ahora, si me disculpa, mi señor, quiero ir a lavarme antes de charlar unos asuntos con Anveeyaa.

Al nombrarla, Ivoleen asintió con la cabeza, y entonces se acercó a él, preparándose para darle la fatal noticia. Lonak lo presintió de alguna manera, quizá por la expresión de su rostro o el leve resoplido que salió por su nariz, porque sus ojos se clavaron en Ivoleen, y su semblante era sombrío.

—Lonak, lo siento mucho, pero Anveeyaa...

—¿Qué ha pasado con ella?

—Hubo un juicio, ayer. Anveeyaa intentó matar a Sophia, la atacó en los aposentos de sanación, y también atacó a Agorén. Intentó culparlos a ellos, pero su mentira no dio resultado. Yo estaba charlando con Agorén cuando ocurrió todo, y puedo asegurar que él no tuvo parte en ese ataque.

—¡¿Hubo un juicio?! —exclamó, sintiendo la ira recorrerle el cuerpo, y entonces resopló, calmándose. —Está bien, iré a los calabozos, necesito verla cuanto antes.

—Ella ha sido juzgada y condenada a la desmaterialización con Guyaanok. Lo siento, Lonak.

Miró a Ivoleen como si de repente su cerebro se hubiera desconectado de su cuerpo, aquella expresión fría e inmutable parecía aún más intimidante gracias a la cicatriz que le surcaba el rostro a todo lo largo. Permaneció así durante unos interminables veinte segundos, y luego habló.

—La has ejecutado.

—Realmente siento mucho todo lo que pasó, pero la justicia...

Lonak lo interrumpió. No gritaba ni levantaba la voz, ya no. Solamente se hallaba demasiado tranquilo, al menos en apariencia, porque dentro de su cabeza todo era rojo, rojo furioso.

—No, no lo sientes, Ivoleen. No se trata de justicia —dijo—. Se trata de Agorén, y ahora también esa humana, y de tu maldita preferencia por ambos. Pero te diré una cosa. No me importa. Yo mismo comenzaré a hacer justicia a partir de ahora, porque no fueron solamente malas noticias las que traje de mi expedición.

Al decir aquello, tras su espalda se materializaron casi nueve Sitchín de élite, quienes se hallaban invisibles contemplando la escena, gracias a sus exoesqueletos de camuflaje. En cuanto los vio, Ivoleen abrió grandes los ojos, y se giró sobre sus pies dispuesto a correr para dar la voz de alarma, pero uno de los Sitchín dio un potente salto hacia adelante con sus cuatro patas, y lo apuñaló en el hombro con su cola puntiaguda. Ivoleen dio un grito de dolor, y cayó de rodillas. Entonces el Sitchín lo giró con su cola flexible, haciéndolo sangrar, para situarlo de frente a Lonak, quien había desenvainado su espada.

—Lonak... —jadeó, adolorido. —Por favor...

De un rápido golpe decapitó la cabeza de Ivoleen, que rodó por el suelo de piedra dejando un rastrojo de sangre negra. Entonces, en cuanto escuchó las voces de la guardia real acercándose al escuchar el grito de su rey, miró a los Sitchín a su lado, y se preparó para atacar a la guardia real.

—Avísenle a los demás, que comience el ataque a la ciudad. 

La chica de los dos mundosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora