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Salieron de la casa de piedra a paso rápido, de nuevo atravesando la ciudad hasta los hangares. Al llegar allí, Sophia se maravilló por lo que veía. Los ejércitos de las Yoaeebuii ya estaban todos formados esperando las ordenes de Agorén, y los hangares de piedra se habían abierto por su techo de una forma que ella aún no lograba comprender, dejando al descubierto las naves de transporte. Tenían una extraña forma alargada, con una cresta de metal en su punta más alta. Parecía levitar en el aire, y no emitían casi sonido alguno, a excepción de un tenue zumbido al cual había que prestarle demasiada atención para percibirlo en el aire. Las naves no resplandecían, sino que eran de una especie de metal negro mate, y tampoco se les veía algún tipo de ventanas, juntura o soldadura, por lo que parecían estar construidas en base a una sola pieza gigantesca de metal. Su tamaño era colosal, casi un poco más grande que un Boeing 737 de pasajeros, pensó ella.

Al llegar frente a los ejércitos, los soldados hicieron una especie de exclamación al unísono y se posicionaron firmes, con las manos apoyadas en la empuñadura de sus espadas, mirando al frente. El silencio era enorme, pensó ella, mientras veía que todos parecían esperar algo. Entonces Agorén habló en su propio idioma, aunque ella pudo escuchar la traducción en su mente con claridad, como siempre hacía él para que entendiera lo que estaba diciendo.

—¡Nuestro deber será erradicar esa colonia, y destruir la base de terraformación! ¡No vamos a rescatar esclavos de otras razas! Por desgracia, esas formas de vida ya están perdidas y no podemos hacer nada para salvarles, ¡pero vamos a tomar la posición y eliminar la amenaza!

—¡Asaaiee! —exclamaron todos en coro. El sonido que emitieron era atronador, y aunque Sophia no entendía que significaba aquella palabra, imaginó que debía ser algo así como un "¡Sí, señor!" o similar. La piel se le puso de gallina.

—¡Recuerden su entrenamiento, recuerden lo que son! ¡Cuando vean a esas criaturas arremeter contra ustedes, recuerden que somos guerreros de las Yoaeebuii, y valemos mucho más que esa raza invasora vil e infame! ¡Que no quede uno con vida!

—¡Asaaiee! —volvieron a exclamar, y sin perder la formación, se giraron en orden y comenzaron a avanzar hacia las naves, haciendo ruido con los pies sobre la tierra. Sophia lo miró, y le tomó una mano.

—Eso fue muy inspirador —comentó.

Anveeyaa se acercó a ellos, e hizo una mueca en cuanto los vio tomados de la mano. Sin embargo, no dijo nada, ya que no la habían visto llegar por estar de espaldas a ella. Los rodeó hasta estar en su campo de visión, y entonces saludó con los dedos en la frente.

—Que Woa esté contigo, Agorén —le dijo. Y luego miró a Sophia—. Con ambos.

—Gracias Anveeyaa —asintió él—. Me alegra que puedas comandar esta misión junto a mí, espero que podamos tener éxito.

—Claro que lo tendremos, somos la mejor vanguardia que tiene Utaraa. Aún así, trata de cuidarte.

—Tú también —le apoyó una mano en el hombro y asintió con la cabeza—. Hoy luchamos, mañana festejaremos.

Anveeyaa asintió con la cabeza, por un instante Sophia pudo ver como su mirada se perdía en los ojos de Agorén, y sí, no iba a negarlo, tuvo un poco de celos. Sin embargo, no dijo nada ni hizo ningún gesto, ya que era realmente admirable como aún a pesar de no ser correspondida por Agorén, no dejaba de desearle buena fortuna de preocuparse por él. Anveeyaa entonces se giró, no sin antes mirarla fijamente y notar que no le sacaba los ojos de encima, entonces giró sobre sus pies y se dirigió a la nave que le correspondía.

—Vamos, ya es hora —comentó él, apoyándole una mano en el hombro a Sophia.

Asintió, siguiendo a Agorén, quien caminaba deprisa hacia la nave que cargaba las tropas de soldados por una abertura que no había visto antes, similar a una compuerta rectangular. A medida que se acercaba gradualmente a ella, podía notar como la estática del campo gravitatorio le hacía erizar el cabello y los vellos de los brazos, pero no le importó en lo más mínimo. Estaba fascinada mirando absorta el tamaño de la misma, de titánicas dimensiones. A medida que avanzaba, en cada paso le parecía cada vez más y más grande, hasta que finalmente entró, siguiendo a Agorén. Atravesaron juntos el espacio destinado para las tropas, dirigiéndose a la cabina de control. Entonces, al escuchar un siseo por detrás, se giró sobre sus pies. La entrada rectangular a la nave comenzó a cerrarse paulatinamente hasta fundirse con el metal, como si allí no hubiera existido nunca una compuerta de acceso.

—¿Las coordenadas están listas? —Agorén le preguntó a dos Negumakianos vestidos de rojo, aparentemente pilotos, según pensó Sophia en cuanto los vio. Ambos estaban de pie ­—ya que no había asientos de ningún tipo en la gran cabina— frente a un enorme tablero repleto de símbolos imposibles de leer para ella, confeccionado enteramente en una especie de cristal o algún material transparente y fino. Las luces de aquel panel iluminaban de diversos tonos de azul las palmas de las manos y los dedos de los Negumakianos que operaban la nave y, además desde su posición, se podía ver con una nitidez brutal hacia afuera, como si estuviera confeccionada por enormes cristales. ¿Cómo era posible, teniendo en cuenta que la nave no tenía ventanas ni aberturas? Se preguntó, con fascinación.

—Sí señor —respondió uno de ellos. Entonces Agorén asintió.

—Preparen los conectores, nos transportaremos en cuanto el puente cuántico tenga valores estables —al decir aquello, se giró hacia Sophia—. ¿Te sientes bien?

—Me siento bien —sonrió ella, pero no. Lo cierto era que el corazón le iba a mil por hora, y jadeaba respirando agitadamente. Eran demasiadas emociones en un día.

—Puente cuántico estable, señor.

—Abran los conectores —ordenó.

Entonces, la magia comenzó a ocurrir. La nave se elevó progresivamente del suelo de piedra, y aunque Sophia abrió los brazos esperando el movimiento de inercia, lo cierto es que dentro de la nave no se sentía absolutamente nada. Caminó un par de pasos, a medida que la nave comenzó a deslizarse hacia adelante sin hacer el menor ruido, y efectivamente, no había energía cinetica dentro de ella. Entonces, donde antes estaba la pared de piedra del enorme hangar rocoso, se abrió frente a ella una especie de portal azulado de colosales dimensiones, como la misma por la que habían atravesado la piedra cuando llegaron a Utaraa por primera vez, pero a gran escala. El resplandor azul era tenue, pero lo suficiente como para inundar las pupilas de Sophia.

—Conectores abiertos —dijo uno de los pilotos.

—Propulsión, ahora.

La nave entonces salió disparada como una flecha hacia la enorme circunferencia azul fluorescente, y al atravesar el portal, de un segundo al otro se encontraron envueltos en una oscuridad inmensa y tan oscura como un agujero negro. Sophia se asustó, no pudo evitarlo, aunque hubiera luchado por no hacerlo. Perdió todo sentido de orientación y abrió los brazos frente a sí, atemorizada.

—¿Agorén, estás ahí? —preguntó, con la voz temblorosa. Frente a ella pudo ver unos ojos azules, acristalados, los ojos de Agorén, al mismo tiempo que sintió la fría piel de su mano tomándola de los brazos y atrayéndola contra sí. Entonces miró a su alrededor, y vio que todos los Negumakianos en el interior de la nave, soldados y pilotos, también tenían los ojos resplandecientes según el color de cada uno, como los gatos en la penumbra.

—Aquí estoy, tranquila.

—Tus ojos son mas brillantes y hermosos en la oscuridad —le susurró, más aliviada.

—Es así como logramos ver. Estamos en un túnel cuántico, donde no hay física ni tiempo. En breve llegaremos a nuestro destino —le dijo.

En efecto, no le mentía. De pronto, vieron como una especie de punto azul en la distancia se fue haciendo más y más grande de forma vertiginosa, hasta inundarlos. En la perpetua oscuridad, Sophia se dio cuenta que aquello se debía a la increíble velocidad a la que debía estar viajando tan futurista nave, y el efecto le pareció muy bonito, como si aquel portal azul los hubiera devorado de repente. Entonces, por fin estaban en territorio Sitchín. 

La chica de los dos mundosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora