III

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— Con esto no comeremos ni por dos días.

Uraraka le dio una gran mordida a un pequeño trozo de carne que tenía sobre su plato, como si se lo quisiera zampar de solo un bocado.

— Y si te lo comes así de rápido menos.

Ambos se encontraban comiendo carne de conejo arriba de una pequeña colina que se encontraba dentro de su Distrito. Solían ir allí a pasar el rato, casi siempre era solitario, por lo que era un lugar que a ambos les traía mucha paz. Había terminado ya el invierno, por lo que se sentían agradecidos de no ir con treinta capas de abrigo encima. Las pequeñas amapolas rojas que crecían ahí al final de todos los inviernos estaban comenzando a brotar.

— Mañana es la cosecha. — dijo Uraraka.

— Desafortunadamente así es. — contestó el peliverde.

— ¿Tienes miedo?

— Un poco sí. Siento que si fuera a los Juegos no podría sobrevivir ni dos días.

— Igual yo. Menos con el chico de la familia Bakugo que entrará este año.

— ¿En serio? — dijo Midoriya, que se encontraba sorprendido ante tal noticia.

— Sip. — contestó Uraraka de forma divertida. — La señora de la panadería me lo dijo.

— Con lo que me dijiste tengo aún más miedo de que sea el elegido.

— Lo sé, ninguno de su familia ha perdido los Juegos.

— Es totalmente admirable. Debes de tener una valentía increíble como para ofrecerte como tributo para los Juegos.

Quedaron en silencio unos minutos más. Ninguno de los dos sabía que decir, ambos estaban igual de tensos por los Juegos.

— Pero también es enfermo. — se contradijo Midoriya. — No creo que el chico tenga muchas ganas de ir a los Juegos. Tiene toda una vida por delante.

— También tienes razón. — contestó la chica. — Es totalmente enfermo obligar a tu hijo a ofrecerse como tributo en los Juegos, sabiendo que muy probablemente podría morir.

— Por Dios Uraraka, son los Bakugo, no creo que se les pase por la cabeza la posibilidad de morir en los Juegos. Tienen el ego tan alto que no creo que piensen ni siquiera en eso. No importa cuantos Juegos pasen durante los años. No importa cuantos Bakugo hayan pasado por la arena. Sigo sin entender lo locos que deben de estar y la confianza que tienen en sí mismos como para mandar a un descendiente suyo a un baño de sangre.

— Lo que pasa es que muy seguramente quedan con traumas provenientes de los Juegos, eso es todo. Después de los Juegos nadie es igual, por una u otra razón. — dijo Uraraka mientras se levantaba del lugar en el que estaba, sacudiéndose pequeños pedazos de comida que le habían quedado sobre el regazo. — Vámonos, se nos hará de noche.

Midoriya atendió la indicación y se levantó junto a ella. Recogió las cosas que habían llevado, tomó su chaqueta y el pedazo de conejo que había quedado, y se dispusieron a bajar la colina. El día era realmente agradable. Estaba nublado, pequeñas nubes interrumpían el paso de los rayos del sol a la tierra. Parecía como si en cualquier momento fuera a llover, y, debido a la poca luz que había y que ya se estaba haciendo de noche, pareciera como si fuesen las 10:00 de la noche.

Al bajar la colina y pasar por la plaza principal, los civiles del Distrito estaban como locos, cosa que era normal un día antes de la cosecha. Los dos chicos salieron disparados hacia sus casas. Uraraka solo pasó por la suya para tomar algunas prendas de ropa para probárselas en casa de Izuku, ya que quería tener la opinión de su madre —todo esto para la cosecha—. El chico llegó a su casa y dejó la puerta abierta, para en cualquier momento que la chica llegara pudiera entrar tranquilamente.

𝚑𝚞𝚗𝚐𝚎𝚛 𝚐𝚊𝚖𝚎𝚜 - 𝚋𝚗𝚑𝚊Kde žijí příběhy. Začni objevovat