Capítulo 22: El fuego abrasador

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Melissa depositó los postres sobre la mesa y colocó otra botella de vino tinto bien fría que Gregor no dudó en tomar con sus propias manos.

Alissa lo miró y se dio cuenta de que tenía el rostro más colorado de lo habitual. Él se sirvió una copa y tomó un largo sorbo.

—A ver, ¿Albert?... ¿y dónde vive? —preguntó aún con los labios rojos por la bebida.

Albert quién degustaba el postre, lo observó y comprendió de inmediato que la pregunta estaba fuera de lugar. Entendió que no le caía bien aquel sujeto. Le dio mala espina.

—Pues la verdad. —comenzó a decir—. Soy de Oklahoma. Pero hace meses por cuestiones de trabajo estoy residenciado en las afueras de la ciudad.

Alissa, cuya intuición siempre iba más allá de toda superstición, trató de establecer la armonía entre aquellos hombres pues el ambiente se tornaba frío y hostil.

—Albert es un prestigioso abogado, Gregor. —enfatizó—. Papá lo contrató para la empresa, ¿no es así?

Y miró a Leonard que lamía una cuchara con helado de vainilla. Se limpió la boca con la blanquecina servilleta y carraspeó.

—Asi es. Albert y Lukas Trent, fueron contratados exclusivamente para Construcciones Maddison. Nos dieron muy buenas referencias sobre ellos.

Gregor al escuchar aquello rió. Su tono fue sarcástico. Albert lo notó y casi protesta al respecto.

Se detuvo, miró a Alissa y sus ojos azules se encontraron. Dejó de pensar.

—Creo, oportuno… —empezó a decir Norma al otro lado de la mesa—. Qué debemos irnos ya.

Leonard miró su ostentoso reloj y negó con la cabeza.

—Oh, de ninguna manera. Es muy tarde. Pueden quedarse aquí, si lo prefieren.

Albert no escuchaba pues seguía mirando a Alissa. Norma, en cambio, asintió tras la invitación de Leonard y no titubeó.

—Como usted diga, señor Leonard. —recitó—. Estaremos encantados.

El gran jefe hizo una seña y los sirvientes se acercaron y retiraron los restos del postre.

—Por favor, acompañen al señor Albert Colt y a su madre...

—Norma, señora Norma Walfs. —interrumpió ésta.

—Norma Walfs. —prosiguió Leonard agotado—. Acompáñenlos a dos habitaciones para huéspedes y hagan que se sientan muy cómodos. —ordenó.

Los asistentes asintieron como autómatas. Y cada uno de los presentes de la mesa comenzaron a levantarse a excepción de Gregor que seguía tomando el vino muy presuroso. Sus mejillas estaban muy rojas y su mano apretaba tanto la copa que si ejercía un poco más de fuerza sobre el cristal, lo rompería en mil pedazos.

—Buenas noches a todos. Que descansen. —se despidió Leonard y subió la escalera junto a su esposa en silencio.

Alissa se levantó, recogiendose el cabello. Caminó hasta donde estaba Albert y su madre, y les deseó las buenas noches.

Cuando lo hizo, Norma ya era escoltada por un sirviente a quién le pedía que le tuviera agua caliente y muchas cobijas para poder dormir a gusto y no pescar algún resfriado. Según ella, era muy delicada.

Albert Colt se acercó a Alissa.

—Feliz noche, bella dama. —dijo con voz incitadora.

—Feliz noche, señor Colt. —respondió.

Ambos jugaban. Se miraban profundamente. El deseo emanaba de ellos como un aura muy candente. Albert quería tomarla y acercarla a él. Probar esos hermosos labios y sentir su piel hasta fundirse en el infinito fuego ardiente.

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