Capítulo 24: Algo oscuro

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El cielo estaba muy estrellado esa noche. Los resplandecientes puntos se agrupaban unos con otros formando complejos luminiscentes en el horizonte mientras el viento soplaba y hacía ondear la corta cabellera de Lauri Maddison, que yacía sentada en el alféizar de la ventana de su habitación.

Sus pensamientos se aglomeraban y cruzaban su mente como dardos disparados en la oscuridad. Su mano izquierda jugaba con el vendaje de su otra mano que poco a poco fue quitando, sintiendo a su vez un leve dolor en el sitio donde había realizado el corte días antes. La cicatriz ya estaba formada y el tono de piel tenía un color rosáceo e impoluto.

Recordó las palabras de su amada Carla Brown, y supo que no era adecuado seguir haciendo aquella laboriosa y tórpida tarea.

Había tenido días muy felices y que, por tanto, recordaba con gratitud. Por ejemplo, la vez que montó su primera bicicleta fue sumamente extraordinario: ese instante de sentir que levitabas del suelo y podías dirigirte a otros sitios sin ayuda de nadie le hizo creerse fuerte e invencible. Hubo una vez, cuando apenas tenía doce años, y su hermana Alissa Maddison, la cual quería mucho a pesar de la preferencia de su padre cuya evidencia ante todos era inconfundible: le enseñó a nadar en medio del lago que se ubicaba a varios kilómetros de la Mansión y entendió, que sí había momentos y situaciones por los que debía luchar.

Luego, comenzaron las cosas a cambiar su rumbo; comenzó a crecer y a notar que habían gustos que no eran similares a los de su entorno y fue allí cuando cayó, sin duda, en el agujero negro de la depresión.
Sabía que estaba mal, o al menos eso le hicieron creer del hecho de que le gustaran las chicas. Aunque Lauri apenas tenía quince años, era muy madura y conocía muy bien sus ideales... sus deseos... su idiosincrasia.

Pero, y ante los ojos de los demás, no era bueno vociferar a los cuatro vientos lo que verdaderamente te gustaba sin ser juzgado o discriminado, o incluso ambas; lo cual era aún peor. Entonces, para su sorpresa: apareció Carla Brown a su negra y solitaria vida.

Su primer encuentro había sido en el colegio donde Lauri cursaba el tercer año de secundaria. Caminaba en silencio por el bullicioso corredor con su cabello negro azabache en puntas y con un libro de portada azul que se apretaba al pecho mientras se dirigía hacia la clase de aquella mañana. Algunas compañeras le saludaron y ella solo asintió por cortesía, aunque otras simplemente ignoraba más por recelo que por otra cuestión.

Cruzó el pasillo y se encontró con una fila de puertas metálicas que correspondían a los casilleros personalizados. Se acercó al de ella. Gris y metal, sin más. Y de pronto, alguien detrás de ella le habló.

—Creo que el final no te va gustar mucho. —advirtió la joven de tez blanca y cabello amarillo.

Lauri miró a la desconocida y notó el aspecto tan femenino de aquella chica. No podía creer que alguien fuera tan hermosa y a la vez tan sencilla, como la joven que tenía delante de sus narices.

No respondió porque no entendía lo que la recién llegada decía. Y ella pareció notarlo porque chasqueó la lengua por su imprudencia.

—Lo siento, me refería al libro. —acotó—. No me gustó mucho el final, a decir verdad.

Lauri la observó y respondió.

—Creo que lo seguiré leyendo, de igual manera, gracias.

Carla frunció el ceño.

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