Capítulo 40: El primer caído

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El camino que llevaba hacia la imponente mansión lo hicieron en un incómodo silencio.

Dos centinelas que vestían completamente de negro sostenían sus armas con cierta precisión mientras permanecían absortos en sus pensamientos y, ubicados a cada lado de Albert, se preguntaban al igual que este último: ¿qué rayos estaría sucediendo en aquel momento dentro de las paredes de la fortificada estructura?

El césped estaba recién cortado y aunque la noche era muy fría, el relajante sonido de la ornamentada fuente no dejaba de sonar cuando pasaron muy cerca de ella. Ante sus ojos la fachada arquitectónica se amplió aún más y otros dos hombres de similar contextura  asintieron, cual autómatas, cuando sus compañeros llegaron a su inevitable encuentro.

Albert notó que estos nuevos individuos tenían armas más cortas pero igual de mortíferas.

No pudo escuchar lo que se habían dicho entre sí pero no era nada bueno porque a continuación abrieron abruptamente las puertas y sintió como casi lo empujaban a rastras hacia el interior, aunque de una manera un tanto sutil.

No recordaba el vestíbulo tan iluminado como la noche en la que había sido invitado a la cena familiar y poseyó con gran deseo y lujuria a su querida Alissa. Sabía que ese pensamiento era inoportuno porque en el instante que vislumbró las figuras delante de él, toda imagen en su mente quedó ocluida a la nada. Lo primero que observó fue a la madre de Alissa bajar la impecable escalera con una rapidez inusual. Luego, y en ese momento ya habían entrado a la mansión con los guardias pisándole los talones, comprobó que sobre el mueble tenían a un hombre inconsciente y con una Melissa Puente bastante alterada.

—¡Oh, Albert, estás aquí!

La voz de Gretta hizo que dirigiera la mirada hacia ella y notó como una mancha negruzca debajo de sus ojos se acentuaba ante la expresión de sorpresa que ella había adoptado para aquel momento. No supo qué responder porque una nueva figura apareció en lo alto de la balaustrada con su albornoz cubriendo todo su cuerpo.

Era Leonard.

Casi quiso huir de aquella escena lo más rápido posible porque era evidente que no pertenecía a ella y algo grave estaba sucediendo ante sus ojos pero, tras mirar hacia atrás en señal de compasión los gorilas le apuntaron al mismo tiempo y entonces la confusión sí que se extendió por toda su humanidad.

—¿Qué está sucediendo aquí? —preguntó Albert un tanto alarmado.

Leonard llegó al vestíbulo y él se dio cuenta de que su rostro había cambiado considerablemente.

—Los guardias nos han avisado que has venido a buscar a Alissa. Y la verdad pensé que sabías dónde está ella, por eso te hicimos pasar. —explicó Gretta alzando un poco el tono de voz. 

Albert sintió miedo.

—¿Alissa? ¿Le ha pasado algo?

Leonard levantó la mirada que para aquel momento tenía dirigida hacia Gregor y, tras un breve instante, sus ojos negros y profundos se encontraron con los del abogado.

—¿Qué demonios haces tú aquí?

Su voz fue dura y rasposa.

Albert no dijo nada.

—Leonard, acabo de decirte que Albert llegó...

—¡No quiero explicaciones, quiero a mi hija!

Gretta cayó sobre el sillón y comenzó a temblar ante el pánico provocado por su alterado esposo.

—¿Dónde... está... Alissa? —quiso saber Leonard muy cerca del rostro de Albert.

Éste tragó saliva y por unos segundos tuvo un mal presagio. La sensación de que Alissa había hecho algo totalmente impropio de ella luego de verlo a él besando a otra chica, le abordó su mente. No tuvo tiempo de sentir culpa porque Leonard lo había tomado por la camisa y le gritó con fuerza muy cerca de su cara.

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