Capítulo LX: Dioses de la Ciencia (V)

41 3 11
                                    

"La verdadera sabiduría es reconocer tu propia ignorancia".

—Sócrates.

Gabriel tenía el brazo izquierdo desde la mano hasta el codo carbonizado y sangrando, además de que los huesos de dicha extremidad estaban agrietados casi como cuando Jofiel usa más poder del que su cuerpo es capaz de soportar. No obstante el baghatma todavía era capaz de mover el brazo y hacer un puño, y aunque eso le produjera un dolor inimaginable lo ignoraba por completo, porque ahora él solo pensaba en terminar con lo que consideraba el resultado de sus acciones pasadas.

Igual que un tigre común enfurecido el baghatma salto tan alto que aterrizó encima de Buda, estampando a éste contra el suelo mediante un brutal puñetazo derecho. Al instante Gabriel dio un giro hacia adelante y aterrizó de pie en el suelo, al mismo tiempo en que Buda también se levantaba, aunque con mucha torpeza y debilidad en las articulaciones, de manera que no pudo atacar de inmediato y quedó vulnerable a la lluvia de golpes por parte del baghatma.

Sin tener piedad alguna Gabriel atacaba de frente, mediante combinaciones de cada una de las técnicas de golpes normales de las tres disciplinas que conocía; puñetazos directos, golpes de palma con los dedos cerrados, distintos tipos de codazos e incluso golpes de palma con las garras.

En algunos momentos Buda intentó atacar. Pero sus extremidades estaban demasiado dañadas como para moverse igual que antes de recibir aquella llamarada de fuego blanco. De modo que Gabriel, con todo el esfuerzo que su estado debilitado le permitía, bloqueaba las patadas usando las rodillas y redireccionaba los puñetazos mediante los antebrazos, para luego contraatacar de inmediato con distintos tipos de golpes.

Y tras diez segundos de brutal castigo, el baghatma finalizó la golpiza con un cruel codazo derecho ascendente debajo de la barbilla de Buda, que elevó a éste a varios metros en el aire, para después ser estampado otra vez en el suelo por Camael, quien había aterrizado sobre su espalda y lo hizo chocar de cara contra el suelo. Acto seguido, como venganza por la paliza anterior, el garuda sujeto los brazos secundarios de Buda y, aplicando toda la fuerza que podía, se las arrancó.

Luego de eso Camael tiró los brazos, sujeto a Buda detrás de la cabeza usando la mano izquierda y lo levantó del suelo para rematarlo de una vez.

¡Luz en la Guerra: Sacro Kerambi! —recito Camael invocando en su mano derecha una filosa daga encorvada similar a una garra de tigre, un arma bastante popular en las tierras asiáticas—. ¡Vete al puto Naraka pinche chîn xụ!

Tras decir aquel insulto en su lengua materna mezclado con algo de su lengua paterna (chîn xụ, "pedazo de mierda"), el garuda apuñaló la frente de Buda, mientras éste daba un grito lleno de furia e impotencia. El joven-máquina solo quedó en silencio cuando su "cerebro" fue destrozado por el filo del kerambit de Prana de Camael.

Por si acaso el garuda movió el filo del kerambit en círculos dentro del cráneo del joven-máquina para asegurarse de destruir el "cerebro", o lo que sea que mantuviera funcionando el cuerpo mecanico de Buda. Y solo entonces cuando estuvo un 100% seguro, desvaneció la daga y tiró al suelo el cuerpo inerte del joven-máquina.

Luego Camael le dirigió una mirada a Angela, quien se acercaba caminando mientras se sujetaba el estómago, todavía adolorida por el golpe que recibió antes. El garuda asintió con la cabeza, y Angela esbozo una sonrisa alegré al saber que por fin vencieron al enemigo.

Sin embargo había alguien que no estaba para nada feliz.

—¡No! ¡Imposible! ¡Esto no puede estar pasando! —exclamaba Sócrates incapaz de creer que sus subordinados hayan sido derrotados por completo.

Las Bestias de Dios I: el Despertar de DráculaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora