Capítulo VIII: Unidos por el Destino (II)

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"A menudo encontramos nuestro destino por los caminos que tomamos para evitarlo."

—Jean de La Fontaine.

[Castillo de los Blunavy: Habitación de Uriel]

Era una enorme habitación lujosa; de paredes blancas y piso de madera, llena de todo tipo de cosas brillantes, como piedras talladas en formas regulares, algunas monedas de oro y todo tipo de gemas y diamantes. En una pared había una doble ventana, en un rincón se encontraba un armario, y al lado de éste último un estante con un espejo roto por un golpe.

En el otro rincón se hallaba una gran cama blanca, donde estaba sentado un chico que parecía de "18" años: piel bronceada, cabello rojo oscuro, ojos dorados, constitución muy musculosa, y llevaba una camisa sin mangas de color marrón junto con pantalones negros. El joven pelirrojo conversaba con una persona más sentada en frente suyo; una chica de 18 años, piel bronceada, cabello liso de color negro y largo hasta los hombros, ojos verde marino y llevaba un vestido casual amarillo.

—¡No pude evitarlo Amitiel! —dijo el chico con tono frustrado.

—Lo sé Uriel. Pero tienes que tratar de resistir esos impulsos —contestó la chica conocida como Amitiel, cruzada de brazos y teniendo un tono igual de molesto—, ¡si no, podrías terminar en pri...!

—Sabes Amitiel que no existe prisión humana que pueda detener a los monstruos como yo —le interrumpió Uriel mientras entrecerraba los ojos, con un tono sarcástico.

—Uriel, no te llames a ti mismo un monstruo...

—¡Si lo soy y no me arrepiento de serlo! No soy la típica oveja llorona que se pone a berrinchar, deseando ser como el resto del rebaño.

Tras dejar en claro su opinión, Uriel levantó la mano derecha y se miró la palma. Acto seguido sus uñas se tornan negras, se extienden hasta parecer filosas garras y comienza a emanar por unos momentos un ligero humo de los dedos.

—Y de todos modos, ¿qué otra cosa puedo ser? En todas las historias nos pintan como el malo que secuestra a la princesa, hasta que llega un caballero que nos mata, salva a la princesa y luego viven felices para siempre. Nosotros, muertos e infelices para siempre —dijo Uriel con pesimismo y molestia, para al final cerrar los ojos y suspirar—. Cada vez pienso más que ser un pirata como mi madre es mi destino.

—¡Pero tú no eres alguien malvado! ¡Y convertirte en un pirata no es el único camino! —exclamó Amitiel de forma histérica, y luego guarda un segundo de silencio para calmarse, antes de seguir hablando—. Sé que no puedes controlar tu obsesión al oro, por tu sangre draconiana, pero... estoy segura que podrás superarlo de algún modo. ¡Yo creo firmemente en eso!

Antes de que Uriel pudiera responder, la puerta de la habitación se abrió, y ambos jóvenes vieron entrar a la habitación la madre de Amitiel.

—Y yo también tengo fe en ello —agregó Ariel con una sonrisa gentil, ya que escuchó la discusión desde el otro lado de la puerta, y luego procede con acercarse a donde estaban ambos jóvenes—. Uriel escucha a mi hija. Ser pirata arruinara totalmente tu vida, porque no eres alguien malvado —dijo ella ahora con una expresión que reflejaba su preocupación, aunque hacía el intento de mostrarse severa como la madre que en realidad era.

—¿Entonces que se supone que debo ser? —pregunto Uriel cruzándose de brazos y desviando la mirada, con el ceño fruncido—. No soy humano, no soy muy bueno en casi nada, el legado de mi familia materna era el de un pirata, no conozco a casi nadie de mi familia paterna y lo poco que sé es que tienen muy mala reputación. Cielos, ¡hasta el abuelo de Amitiel me detesta por lo que hicieron los ancestros y parientes de mi padre a su ciudad y a sus habitantes!

Las Bestias de Dios I: el Despertar de DráculaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora