Capítulo VII: Unidos por el Destino (I)

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"El destino baraja las cartas, pero nosotros las jugamos."

—Arthur Schopenhauer.

[Isla de Cerdeña]

En la isla de Cerdeña, una de las regiones que conforman el país de Italia, varios barcos de distintas tierras se dirigían allí, porque comenzaría en esa misma noche un evento importante en un esplendoroso castillo, cuya arquitectura mezclaba el arte italiano con un poco del victoriana, y cuya ubicación se encontraba cerca de las costas entre las ciudades Alghero y Sassari, en un pueblo pequeño establecido allí.

El evento era el cumpleaños de la única hija de la pareja dueña del castillo.

La pareja había invitado a la fiesta a muchas familias de clases altas y medianas de Europa y África que eran viejos amigos suyos. Entre esas familias estaba la Dumont, y por supuesto Adán y Bella no iban a llevar solo a su hija; el joven-tigre también era parte de la familia. Una familia que creció aún más...

—¿De quién fue la idea traerlos a ustedes dos? ¡Con un solo salvaje bastaba!

Comentó un sirviente de la familia Dumont, conocido como señor Ding: de cabello negro con una pequeña cola de caballo, un elegante bigote y barba, piel clara, ojos azules y uniforme color vino tinto y pantalones negros. Le decían "Ding Dong", porque siempre cargaba un reloj de bolsillo para estar atento a cada hora del día de forma excesiva, como si el tiempo fuese oro en sentido literal para él. 

Se encontraba parado en un gran comedor lujoso, lleno de decoraciones azules de un muy elegante barco. Y no se encontraba solo, pues estaba mirando con molestia a Miguel, Gabriel y Rafael. 

Cada joven-bestia llevaba un traje elegante de su color característico (azul, rojo y verde respectivamente). Estaban sentados frente a una enorme mesa rectangular, comiendo de manera salvaje y sin ningún tipo de cortesía distintos platos llenos de diferentes tipos de carne; como pollo, pescado, cerdo asado, entre otros. Y al final del lado izquierdo de la mesa se estaba acumulando más de treinta platos con algunas sobras (si es que quedaban alguna, pues ellos se comían hasta los huesos).

—Oye ahora vivimos en el castillo mientras tanto. Y la señora Dumont dijo que sería bueno que Gabriel fuera con sus amigos, o sea nosotros dijo Miguel después de masticar un hueso, y luego cambia a un semblante molesto. Aunque yo aún no me llevo bien del todo con este felino.

—¡Y yo tenía curiosidad de ver la isla y la comida que sirven allí! —dijo Rafael después de devorar un filete.

—Sabes que este tipo de eventos me aburre mucho, y si voy es por la comida. ¡Pero con estos dos va a ser muy divertido! Además el perro tiene razón; aunque todavía no nos llevamos bien, deje que viniera porque aun necesito ganarme su aprobación para ser amigo de Caroline dijo Gabriel, después de devorar de un mordisco un pescado con huesos incluido.

—¡Gato maldito que no soy un perro! ¡Y si sigues así menos permitiré tu amistad con mi hermana! exclamó Miguel ahora más furioso.

—Si van a pelear mejor háganlo afuera, no quiero que destrocen el comedor y arruinen la comida, porque eso me pone de muy mal humor dijo Rafael con un tono molesto, al mismo que golpeaba la mesa de madera con un puño, haciendo un agujero en la mesa y estremeciéndola junto con la montaña de platos.

—¡Por lo menos pueden ser un poco más educados! ¡Así es precisamente como no deben comportarse cuando comience la fiesta o nos avergonzaran! grito Ding con tanta furia e histeria, que se notaban las venas en su frente.

Las Bestias de Dios I: el Despertar de DráculaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora