México, otra vez.

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Steve me miró y volteó a ver el auto una y otra vez, estaba impresionado de verlo.

—Papá, no... —Cállate, si era necesario— me interrumpió, sonreí y me abalancé contra el para abrazarlo, al hacerlo caímos los dos en la acera fría.

—¡Mica, hace frío!— exclamó papá al tocar el suelo frió.

—¡Te amo!— dije.

—Yo... yo también— respondió nervioso. Ambos nos levantamos y nos miramos, veía como Tony tenía lágrimas en sus ojos, estaba aguantando las ganas de llorar —Y sus maletas ya están dentro el maletero— continuó para evitar llorar. Me daba miedo lo que vendría en esas maletas, más que nada en la mía, tomando en cuenta que Wanda la había hecho.

—Ya váyanse o se les hará tarde— nos dijo mamá.

—Okay, si, ya nos vamos— dije.

—Gracias Tony— le agradeció Steve a papá dándole un gran abrazo.

—Cuida de mi niña ¿Si?— le pidió papá mientras recargaba su frente contra la de Steve y acariciaba su nuca.

—Por favor, un abrazo más— pidió Wanda, Steve y yo asentimos y todos se nos lanzaron a abrazarnos, incluyendo a Happy que acababa de bajar de la camioneta. Cuando por fin nos soltaron, los dos subimos al auto entusiasmados.

—¿De donde se enci... —Buenas noches señores Rogers ¿A donde los llevo?— bromeó Draco.

—¿Hay algo que no controles?— le preguntó Steve sarcásticamente.

A la señorita Stark— respondió.

—A esa nadie puede controlarla— se burló.

—¡Oye!— exclamé palmeando su brazo.

—Tu familia nos está viendo— dijo riendo.

—Ahora es tu familia también— dije. Steve encendió el auto y ambos nos despedimos de todos ellos con nuestra mano.

Al llegar a la pista de aterrizaje privada de papá, subimos al jet que solo usaba cuando iba a fiestas en otros países, y puedo decir que ese jet no se utilizaba desde 2011.

—Señores, síganme por aquí— nos dijo uno de los trabajadores de papá.

—Las maleta... —No se preocupe señor Rogers, los chicos las subirán al avión— lo interrumpió el hombre.

—Oh, está bien— accedió y me alcanzó para tomarme de la mano —¿Por qué no estaba enterado de este hangar y de este jet?— preguntó.

—Porque estabas congelado cuando aún se usaba— me burlé.

—Que chistosita— comentó. Ambos subimos por las escaleras del jet hasta entrar por completo a este.

—¿A que parte de México iremos exactamente?— preguntó mientras se sentaba en uno de los asientos del jet.

—No lo sé, pero estoy segura de que a Tijuana no es— respondí sentándome frente a él.

—Tengo malos recuerdos de esa ciudad.

—Donde casi muero.

—No tienes que recordármelo.

—Tranquilo, no creo que a donde vayamos me estén esperando con trincheras y con una hoguera para quemarme al más puro estilo de Salem.

—De verdad, no juegues con tu muerte.

—Okay abuelo, no lo haré— bromeé a la vez que tomaba una fresa de la mesa que estaba al centro, entre nosotros dos.

Hasta Que el Por Siempre Se DesmoroneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora